Cristina Fernández de Kirchner desafía a la Corte Suprema en un clima de tensión política, denunciando una persecución orquestada por grupos de poder. Su discurso busca consolidar su liderazgo y movilizar a la militancia peronista, ante la inminente posibilidad de su condena. La resistencia y la unidad se convierten en ejes clave de su estrategia.
CFK desafía a la Corte Suprema en un clima de resistencia y tensión política
Cristina Fernández de Kirchner habló en la sede del Partido Justicialista como si supiera que su tiempo, o al menos su libertad, pende de un hilo. En una jornada cargada de simbolismo –a 69 años de los fusilamientos de José León Suárez–, la expresidenta eligió un tono encendido para denunciar una avanzada judicial orquestada, según ella, por los grupos de poder económico aliados con el máximo tribunal del país. “Tienen miedo y descreen de que puedan organizar algo enfrente nuestro”, lanzó; una frase que no sólo encendió a la militancia, sino que sirvió como advertencia interna y externa: el peronismo aún está vivo y en pie de lucha.
El acto fue, más allá del merecido homenaje, una operación política cuidadosamente estructurada. CFK buscó revalidar liderazgo, consolidar su influencia dentro del PJ nacional y blindarse frente a una posible detención inminente. Las versiones sobre una resolución de la Corte Suprema que confirme su condena en la causa Vialidad crecen día a día. Dentro del tribunal circula un proyecto que sugiere volver cosa juzgada la pena de seis años de prisión efectiva y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, omitiendo tratar las irregularidades del proceso. Sin embargo, todo indica que el fallo no saldrá esta semana. Lo cual tampoco quita el dramatismo al escenario.
El contexto en el que Cristina elige hablar no es casual. Hay un gobierno al que califica sin rodeos de “cachivache”, un clima político de persecución explícita y una militancia que –lejos de apagarse– se recalienta al compás de cada embate jurídico. La expresidenta no rehúye esa temperatura. Al contrario: la fomenta. “El pueblo siempre vuelve”, dijo. Y detrás de ese regreso late una estrategia de acumulación política, aunque sea desde el margen del aparato formal del Estado.
La reacción no se limitó al micrófono. Axel Kicillof, con su Movimiento Derecho al Futuro, encabezó una movilización sorpresa a Matheu junto a más de 40 intendentes bonaerenses, dando a entender que el liderazgo de CFK todavía condiciona al dispositivo territorial más poderoso del peronismo. El posteo en redes fue tan claro como su gesto: “Basta de perseguir a Cristina, basta de odio contra el peronismo. No nos han vencido”. La consigna apunta a ensamblar una narrativa épica, de resistencia frente a la restauración conservadora, con tinte clasista y peronista clásico. Una jugada de relojería ideológica más que improvisación emotiva.
Los gestos se multiplican y abarcan engranajes claves del aparato político-sindical. La CGT, sectores de la UOM, SMATA, La Bancaria, ATE capital y pluralidad de seccionales se declararon en “alerta y movilización”. La posibilidad de una movilización nacional o incluso un paro general está siendo evaluada. La consigna, repetida casi como mantra: “La democracia está en peligro”. Aunque suene a consigna reciclada, en el insiderismo peronista lo saben: cuando los gremios se ponen de acuerdo, es porque la cosa va en serio.
En el homenaje de San Martín, familiares de las víctimas del 56 también pusieron contexto. “Hoy gobiernan los nietos de los fusiladores”, dijo Carranza, nieto de Nicolás Carranza, un ferroviario fusilado. La frase, sumada a la escenografía de las vías de José León Suárez, conectó el pasado con este presente cargado de resentimiento de clase, judicialización de la política y un revival de ofensiva liberal tecnocrática con disfraz de antipolítica. Todo en un mismo combo emocional.
La estrategia comunicacional fue aún más lejos. Cristina eligió tuitear algo que resonó como confesión íntima y lucha histórica: “Soy una fusilada que vive”. No existe línea más potente para ligar martirio, victimización estratégica y autoafirmación política. Aunque parezca desmedido, el mensaje va dirigido a los suyos, a los que duda, y también a quienes creen que una prisión puede clausurar su incidencia política.
El telón de fondo es incierto, pero las señales son claras. Una parte importante del sistema político y mediático ya sentencia que la condena es una cuestión de tiempo. Pero la dinámica judicial no es automática. En la Corte hay escarceos, roscas internas, movimientos dentro de las camarillas permanentes del Poder Judicial. Nadie quiere cargar con el costo histórico de firmar semejante decisión sin cobertura y consensos.
Cristina no desconoce esa lógica: la mención a la “guardia pretoriana del poder económico” no fue sólo denuncia, sino mensaje cifrado. Sabe que está en juego algo más que su destino personal. Juega, como siempre, a varias bandas: el presente procesal, su influencia en el peronismo y la narrativa de que no hay alternativa si no es con ella. “Necesitamos mucho trabajo y solidaridad, nadie va a creer que lo somos si nos despedazamos entre nosotros”, advirtió al cerrar su discurso, en un tiro por elevación a las internas eternas que atraviesan al PJ.
Fuera del escenario, el futuro inmediato es impredecible. Puede haber cárcel, no hay garantías de que no. Puede haber una nueva movilización social en defensa de CFK, si se cruzan ciertas líneas. Puede surgir incluso un nuevo relato de resistencia del que algunos duden, pero que nadie descarta. Lo único claro es que la expresidenta decidió dejar de callar. Y cuando CFK habla, el sistema institucional argentino tiembla en sus cimientos.