Por: Roberto Candelaresi
Introducción
Es un lugar común decir que los imperios económicos, (al igual que sus contrapartes políticas o militares), tienden a sembrar las semillas de su propia destrucción una vez que alcanzan su nivel máximo. Una explicación plausible es que desde un nivel “demasiado alto”, se pierde arrogantemente la perspectiva sobre el entorno, se cambian los patrones tradicionales de consumo requiriéndose más recursos no siempre propios, se generan expectativas sociales alteradas, o, el gobierno es quien mantiene el motor financiero (no productivo), todos estos son predictores de un inevitable desplome.
También es necesario acotar que los señoríos económicos ya no evolucionan a lo largo de muchas generaciones como lo era antes. En los últimos 100 años, EE.UU. desbancó al Reino Unido como la economía más grande del mundo, y su hegemonía hoy está disputada desde Oriente. La tecnología y la información aceleran el ritmo del cambio financiero moderno, pero las economías aún siguen ciclos innatos y obedecen a leyes naturales. Por ejemplo, de acuerdo con la “ley de rendimiento decreciente” hay entidades enormes que caen por su propio peso. Siendo también aplicable la tesis de Charles Darwin sobre la supervivencia del más fuerte, en el mundo de los negocios empresariales.

Todas las potencias económicas se rigen por esta ley que establece que ningún actor puede llegar a ser demasiado grande o demasiado dominante, antes de ser víctima de sus propias debilidades. Estados Unidos, que comenzó a dominar el comercio y las finanzas globales después de la Segunda Guerra Mundial, está mostrando signos de fragilidad económica emergente, como lo demostraron la crisis financiera y la recesión de 2008. No está claro exactamente cómo se adaptará la economía global al cambio, pero la historia ofrece lecciones útiles para el futuro.
Los tiempos venideros serán radicalmente diferentes a los que hemos conocido hasta ahora, pero serán muy similares a otras fases de la historia. Los ciclos históricos siempre han sido muy similares entre sí.
Esos ciclos que explican el ascenso y caída de grandes imperios como el español, el holandés, el inglés y el americano (e incluso los más antiguos), fueron estudiados minuciosamente por historiadores, economistas, antropólogos y otros investigadores hasta delinear una matriz de sucesos concatenados que se repiten como etapas en la vida de todos los imperios.
Hoy parecemos estar siendo testigos del declive de Estados Unidos y del incesante ascenso de China como potencia dominante. Si prestamos atención a estos “signos” interpretados en el marco de un análisis comparativo con períodos históricos anteriores, podemos inferir que estamos en vísperas del nacimiento de un nuevo orden mundial.
La historia se repite en un “gran ciclo arquetípico”: todos los nuevos imperios experimentaron un período de liderazgo, crecimiento pacífico y prosperidad; pérdida de competitividad y productividad, con crisis resultantes de una expansión excesiva; y un período de declive en forma de pérdida de fortaleza financiera, conflictos internos y guerras o revoluciones.
Todos estos “signos”, que aún hoy podemos reconocer, inician la consagración de la nueva potencia mundial y reinician nuevamente el “Gran Ciclo”. A partir de patrones descubiertos de cambio económico y social, los líderes (inteligentes y conscientes) obtienen pistas valiosas sobre cómo podría ser el futuro cercano.
El mapa trazado nos permitirá anticiparnos al futuro a partir del estudio del pasado y adoptar medidas para que nuestro país no se vea influenciado negativamente por el cambio de paradigma y liderazgo global en ciernes en la actualidad.

Dinámica evolutiva de la riqueza y el poder
Históricamente las personas que acumulan riqueza, son las que poseen los medios de producción, y siempre, establecen relaciones “de asociación” con quienes ostentan el poder político, asegurándose que las reglas y leyes que se dicten, no afecte sus intereses (ni privilegios).
Este patrón de acumulación concentra la riqueza (y consecuentemente el poder), en un reducido grupo de actores. Su predominio se extiende de continuo hasta sobrepasar un cierto equilibrio, que es cuando emergen las crisis económicas que afectan a las mayorías [ni ricas, ni poderosas], lo que suele derivar en rebeliones, conflictos, revoluciones y guerras civiles. Del resultado de esos eventos, naturalmente emerge un nuevo orden. Algo semejante ocurre con los países; un nuevo orden mundial que reanuda el ciclo.
Un estudio estadístico del auge y caída de los grandes imperios económicos a lo largo de la historia [conducido por el experto financista Raymond Thomas Dalio], desde el año 600 hasta el presente; Imperio Mongol, India, Califatos, Otomano, China, España, Japón, Reino Unido, Alemania, Rusia, Países Bajos, Francia y actualmente EEUU, muestra que todos han tenido su época de gloria y posterior decadencia, en lo que refiere al peso sobre la economía mundial, (siempre medido a través del comercio internacional de bienes y servicios).
En la investigación, se identificaron 8 factores determinantes de la R & P (Riqueza y Poder); educación, competitividad, innovación y tecnología, producción económica, participación en el comercio mundial, fuerza militar, poderío como centro financiero y estatus de la propia moneda como divisa de reserva.
En cuanto a la dinámica de la caída de los imperios, son 3 los patrones detectados: un derrumbe del mercado de capitales y una explosión de la deuda del país en cuestión, guerras o revueltas internas y, al mismo tiempo, una guerra externa de la que participa directa o indirectamente.
Las lecciones de Historia desde la Academia
Que pueden aportarnos los textos académicos que abordan de manera muy concisa la siempre compleja maraña de causas, síntomas y efectos que explican la decadencia, o simplemente dilución entre nuevas potencias emergentes, de lo que antaño había ostentado una posición de dominio. Veamos.

Sin duda, intuitivamente buscaremos para comenzar los tratados que aborden el episodio histórico más emblemático, si de imperios se trata, como es la caída o –mejor dicho– la desintegración de Roma. Su singularidad resida tal vez, que a diferencia de las caídas experimentadas por los imperios desde el siglo XVI en adelante, donde amén de sus causas internas para el declive, fueron procesos afectados por las dinámicas de otros poderes emergentes [trampa de Tucídides casi siempre presente] que relevan a los imperios en retirada, Roma cae por una crisis orgánica, y cuyas causas de disolución han de buscarse dentro del propio Imperio.
Básicamente su desmoronamiento tuvo que ver con la economía y la administración de las finanzas públicas. En efecto, desde su auge en el periodo conocido como la pax romana, con estabilidad monetaria, fluido comercio, su sofisticada filosofía y gran organización burocrática, cuando se estabilizan las fronteras, deja de ingresar la plata producto de la apropiación por expansión guerrera, y la burocracia no supo ajustarse [reformarse, en rigor]. Las necesidades monetarias del Estado crecían sin compensación, por lo que se echó mano a la depreciación de la moneda (inflación) y al incremento de impuestos sobre la economía productiva. Esto es un patrón en las decadencias imperiales; empieza con un gasto gubernamental excesivo e incremento de impuestos, y la omnipresente corrupción de la burocracia cuando existen las “élites extractivas” [terratenientes y grandes comerciantes] que mantienen sus privilegios enriqueciendo a algunos funcionarios en la opulencia, mientras el costo recae sobre los menos afortunados. O sea, repotenciando las desigualdades.
La dinámica expansionista trajo influjos de dinero y botines de guerra durante un par de siglos. Su mala administración y inexistente reformismo, produjeron inflación y crisis, ya que mantuvo, cuando cesó el crecimiento territorial [y de recursos], un alto consumo que superaba su propia producción. Algo semejante un milenio después con la crisis del Imperio Español.
Huelga resaltar que, en plano político, aunque las causas del deterioro son siempre internas; se buscan chivos expiatorios externos en el discurso del poder, mientras, se va perdiendo el poder relativo frente o a favor de otras potencias. Por otro lado, en el plano de las ideas, el deterioro comienza cuando el espíritu innovador [proyecto político, utopía, emprendimientos particulares, etc.] se menoscaba frente a las instituciones estáticas (estamentos conservadores: élites extractivas) que destilan solo ideas reaccionarias.
El caso de Roma y sus lecciones para la superpotencia imperial de hoy
Occidente en general, como conglomerado de potencias, está revirtiendo el rumbo de los últimos siglos que lo llevó a hegemonizar las relaciones de poder global [dominio sobre otros actores estatales]. En efecto, el actual escenario es de estancamiento económico, división política y retroceso demográfico, indicadores claros de un declive que se precipita.

La historia antigua es pródiga en lecciones, y, en principio, algunos paralelismos entre las trayectorias de potencias de antaño — por caso, la de la crisis de Roma–, con la crítica actualidad de Occidente moderno, se pueden extraer las claves de tales procesos de colapso y configurar nuevos escenarios futuros desde nuestra actualidad. Sabido es que el futuro de todo Estado (potencia o periférico), dependerá de las elecciones políticas y económicas, que los pueblos y sus líderes tomen en los años decisivos que se aproximan. Por lo demás, la Historia contrarresta la visión parcial del mundo a la que tendemos por naturaleza, una realidad recortada. Se aprende de los errores pasados, y no solo nos permite entender mejor el presente, sino también prepararse para el futuro.
Precisamente desde aquella disciplina conocemos que los imperios no eran entidades estáticas, sino que evolucionaron a lo largo de su existencia para adaptarse y cambiar las estructuras económicas y políticas. Se hicieron ricos a expensas del mundo que los rodeaba, pero al hacerlo lo cambiaron y, sin saberlo, plantaron las semillas de su propia destrucción.
Una lección que ya esbozamos, es que los imperios siempre sufren una profunda crisis en sus momentos de supuesta prosperidad máxima, otra es que en algún momento de su desarrollo deben enfrentarse a agitaciones políticas (por causas que siguen el mismo patrón), también que, con un reducido número de funcionarios, se pueden dominar extensas y pobladas colonias.
Una semejanza de origen, es que la construcción y evolución de los imperios depende, sobre todo de la economía. Y ello es así no solo por el crecimiento de riquezas particulares que articulan sus intereses con los gobiernos, para expandir su mundo de posibilidades de recursos y negocios, sino que, a su nivel, los actores estatales operan en la geopolítica bajo los mismos principios; asegurar prosperidad para sí, controlando a los demás o sometiéndolos a su directo dominio.
Como ejemplo relativamente ‘contemporáneo’ citemos a los «Acuerdos de Bretton Woods», que crearon el Fondo Monetario Internacional, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y el Banco Mundial. Definió un sistema delimitando «el imperio occidental como un club de naciones privilegiadas encabezado por Estados Unidos», habilitando a ese país a un enriquecimiento constante, y una influencia decisiva sobre el resto de participantes.
Volviendo al Pasado, Roma antes de su desmoronamiento, recibió una incontrolable inmigración, especialmente desde el Este, pobladores empujados por los hunos que trataban de evitar las guerras en sus tierras y a razones económicas de subsistencia u otra índole. Algo semejante ocurre hoy en Europa y en EE.UU., fenómeno facilitado –además– por la globalización.

La sintonía imperial
Un rasgo de los imperios es que buena parte del mundo copia sus nociones políticas y económicas. Incluso países antes sometidos como colonias, al independizarse (en lo formal) suelen adoptar formas de gobierno, tradiciones económicas y rasgos culturales de sus otrora metrópolis, en vez de recuperar las propias. Aún así, la época de dominio indiscutible ha terminado. La “caída del muro” no trajo más que una hegemonía efímera para el bando victorioso. El fin de la historia y la hegemonía del capital-imperialismo atlántico nunca llegó a instalarse definitivamente.
Veamos porqué. Los patrones de productividad económica y de generación de riqueza han cambiado de manera drástica en el mundo, se han desplazado hacia otros lugares (Oriente). El poder va donde está el dinero. Los países cuya dinámica económica es superior a la de Estados Unidos, aspiran naturalmente a tener su poder [la riqueza busca siempre su aliado guardián; el poder político]. Las estructuras económicas han cambiado. Eso está rehaciendo el patrón del dominio político, diplomático e imperial en todo el mundo.
Hoy hay periferias que se tornan prósperas, como en África que es el nuevo territorio en disputa imperial. El imperio actual [hegemón] puede perdurar si acepta su decadencia (el declive relativo ya empezó), que es admitir la necesidad de un cambio, adaptarse al juego multipolar y negociar nuevos equilibrios de poder. El enriquecimiento del resto del mundo debe facilitarse, al contrario de lo que vino haciendo su élite política hasta hoy por mantener un esplendor que ya no tiene.
El estudio de la situación actual
Aún Estados Unidos es el país más poderoso, declinando a causa de su conflictividad interna, sus brechas en materia de riqueza y desigualdad social, su elevado nivel de endeudamiento y sus previsiones de magro crecimiento económico.

Mantiene su dominio en virtud del estatus del dólar como moneda de reserva mundial, su fortaleza militar, su enorme producción industrial y su capacidad de innovación, explícita en el continuo desarrollo de nuevas tecnologías y los altos niveles de educación necesarios.
Por otra parte, tenemos acechando China sobre el Pacífico, en su etapa de auge, aumentando aceleradamente su poderío, con enormes inversiones en infraestructura, innovación tecnológica y educación, que deriva en fortalecer la competitividad de su economía, con notable incidencia en el comercio internacional, una creciente fortaleza militar y un aumento de los flujos de capital.
No obstante, aun no consiguió lograr el estatus de su moneda el Yuan como divisa de reserva (aunque va en camino a conseguirlo), el Estado de derecho no es del todo íntegro (a los ojos occidentales) y el bienestar de la población en un nivel más débil que el promedio capitalista, aunque mejorando y ampliándose año tras año.
De continuar su vertiginosa expansión, (y la mera estabilidad norteamericana) el liderazgo mundial (al menos económico) será chino, más pronto que tarde.
Conclusión y acciones a seguir
Como imperio económico global EE.UU. no van a caer en lo inmediato, pero ya existen advertencias: EEUU tiene abiertos focos de conflictos en los tres ítems que marcan el comienzo del declive de un imperio:
- Alto endeudamiento soberano (129% de su PBI), Mercado de Capitales en baja. Alta inflación que licúa deuda, pero no reduce el déficit fiscal.
- Conflictos internos, la tensión entre Republicanos y Demócratas sigue en aumento.
- Conflictos externos: La tensión geopolítica es protagonizada por la invasión de Rusia a Ucrania, y seguida por tensión en Mar de China por Taiwán.
Lecciones para las economías en desarrollo.
Un cambio profundo de paradigma y cambio en el liderazgo global puede impactar en el devenir financiero mundial. Por ello, es imperativo tener una mentalidad heterodoxa, y seguir las señales económicas y financieras es clave.

A nivel planificación estratégica gubernamental, se debe ejercitar con prospectiva, evaluando posibles escenarios que no se darán de un día para otro, aunque pueden ocurrir.
Diversificar reservas, apostar por el ORO y otros commodities, para proteger patrimonio de inflación de monedas de potencias (dólar y euro) ante el arbitrario exceso de emisión de moneda de esas naciones. Aquellos que ignoran la historia, están condenados a repetir sus errores.