El asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas el 25 de enero de 1997, en Pinamar, expuso una red de complicidad entre políticos y empresarios. Su muerte, tras capturar una foto del empresario Alfredo Yabrán, simboliza el ataque a la libertad de prensa en Argentina, dejando preguntas sin respuesta sobre el poder y la influencia.
Los hechos que marcaron el asesinato de José Luis Cabezas
El 25 de enero de 1997, el fotógrafo José Luis Cabezas fue encontrado brutalmente asesinado en Pinamar. Su cuerpo, calcinado dentro de un Ford Fiesta en un camino rural de General Madariaga, expuso hechos que sacudieron no solo al periodismo argentino, sino también al ámbito político y empresarial del país. El crimen, cuya ejecución implicó una zona liberada, cambios inesperados de planes y una cadena de sospechas, se convirtió en un símbolo del ataque directo a la libertad de prensa.
El asesinato fue vinculado al empresario Alfredo Yabrán. Cabezas había capturado una fotografía del empresario en una playa de Pinamar para la revista Noticias, una imagen que marcaría un antes y un después en esta historia. Yabrán, a quien se relacionaba con negocios oscuros y una poderosa red de influencia, consideraba su anonimato como un pilar clave para sus operaciones, llegando a afirmar que sacar una foto suya era como “pegarle un tiro en la frente”.
La secuencia de los eventos
El 24 de enero de 1997, Cabezas asistió a la fiesta de cumpleaños del empresario Oscar Andreani, desarrollada en las exclusivas instalaciones de “La Usina”, ubicada en Pinamar. Tras la celebración, alrededor de las 5 de la madrugada, Cabezas abordó un Ford Fiesta junto a su colega Gastón Gigo, quien lo llevaba de regreso a su cabaña. Sin embargo, a la distancia reconocieron un auto que parecía seguirlos. Poco después, el fotógrafo fue interceptado y secuestrado por un grupo de hombres en una emboscada planificada con gran precisión.
Horas más tarde, un reciclador notó que en una zona conocida como General Madariaga ardía un vehículo. Al acercarse, halló el cadáver de Cabezas, quien había sido golpeado, esposado y ejecutado con dos disparos en la cabeza antes de que el automóvil fuera incendiado, con la intención aparente de borrar evidencias.
Zona liberada y complicidad policial
Las sospechas del crimen rápidamente giraron en torno a la posible colaboración de las fuerzas policiales. Testimonios y evidencias posteriores dejaron entrever que el secuestro y asesinato no podrían haberse llevado a cabo sin la connivencia o al menos la inacción de la policía local, que habría proporcionado una “zona liberada” para facilitar el ataque.
La investigación reveló que, en los días previos al ataque, una banda conocida como “Los Horneros” —integrada por sujetos del circuito delictivo bonaerense— fue contratada para perpetrar el crimen. Los perpetradores confesaron haber sido contactados por Gregorio Ríos, jefe de seguridad de Alfredo Yabrán, quien habría ordenado el asesinato. Este avance en la investigación replanteó la dimensión de los hechos y puso en el foco la cuestionable relación entre poder, influencia y delito.
El trasfondo de la fotografía
La fotografía de Yabrán en la playa, tomada por Cabezas en 1996, había sido publicada en la portada de Noticias y desató la furia del empresario. Hasta ese entonces, Yabrán había gozado de un perfil completamente bajo, pese a ser considerado una figura clave en el manejo del correo y la logística en Argentina, con contratos millonarios que lo vinculaban al Estado.
El entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, había señalado a Yabrán como “cabeza de una mafia enquistada en el poder”, lo que contribuyó a reforzar el interés de la prensa por exponerlo. Sin embargo, el retrato conseguido por Cabezas rompió ese anonimato. ¿Cuáles fueron las implicancias de exponer la imagen del emblemático empresario? Este fue un punto neurálgico en el debate sobre el crimen del fotógrafo.
Responsables, condenas y el impacto en la sociedad
El caso concluyó con el procesamiento de varios implicados. Gregorio Ríos, jefe de seguridad de Yabrán, fue encontrado culpable de planificar el homicidio. Además, los integrantes de “Los Horneros” —Sergio González, Horacio Braga, Héctor Retana y José Auge— recibieron condenas, al igual que efectivos de la policía bonaerense, como Gustavo Prellezo, quien ejecutó los disparos fatales.
Alfredo Yabrán, señalado como el autor intelectual de la orden, jamás enfrentó la justicia. El empresario fue hallado muerto de un disparo en la boca en su estancia en Entre Ríos en mayo de 1998, en lo que se calificó como un suicidio. Este desenlace dejó preguntas abiertas sobre cuánto de la red que habría sostenido su poder quedó en la sombra, y qué nivel de responsabilidad real tuvo en el homicidio de Cabezas.
El crimen de Cabezas causó una profunda indignación en el país, generando marchas y manifestaciones multitudinarias bajo el lema “No se olviden de Cabezas”. 26 años después, su asesinato sigue representando una herida abierta para el periodismo y un símbolo de las amenazas que enfrentan quienes luchan por sacar a la luz la verdad.
Preguntas que siguen sin respuesta
El impacto y las ramificaciones del caso plantean múltiples interrogantes que aún no han sido plenamente esclarecidas. ¿Qué mecanismos garantizaron la colaboración y el silencio de las redes de apoyo que facilitaron el accionar de los culpables? ¿Cómo se configuran los límites del poder y la influencia en contextos donde convergen política, negocios y medios de comunicación? Y finalmente, ¿cuánto ha cambiado el panorama desde 1997 para garantizar que la libertad de prensa y la seguridad de los periodistas estén salvaguardadas?
El 25 de enero de cada año, la fecha se convierte en un recordatorio de los peligros de desafiar intereses poderosos. El caso Cabezas, más de dos décadas después, permanece como un emblema del costo que a veces conlleva buscar, capturar y narrar la verdad.