Los trabajadores del Hospital Garrahan descalificaron las declaraciones de Javier Milei, quien los acusó de sobredimensionar la planta administrativa. Ante estas mentiras, ratificaron un paro en rechazo a la campaña de desprestigio gubernamental, resaltando la falta de diálogo y los recortes en salud durante su gestión.
Los trabajadores del Garrahan tildaron de mentiroso a Milei y ratificaron el paro
Javier Milei quedó otra vez en el centro de la polémica tras acusar a los trabajadores del Hospital Garrahan de esconder militantes políticos y sobredimensionar la planta administrativa. La respuesta no tardó en llegar: los empleados del hospital calificaron sus dichos como “mentiras” y confirmaron un nuevo paro en rechazo a lo que consideran una campaña de desprestigio por parte del Gobierno.
Desde la Junta Interna de ATE Garrahan, el sindicalista Alejandro Lipcovich fue tajante: “Es muy grave que el presidente mienta. Lo hizo en un medio privado donde le chuparon las medias”. Según explicó, Milei utilizó cifras falsas sobre los salarios y tergiversó la composición del personal del hospital pediátrico. El mandatario había afirmado que el 70% de la planta del Garrahan correspondía a administrativos, pero desde la representación gremial aseguraron que en realidad ese porcentaje es personal asistencial.
La estrategia de comunicación del presidente generó más rechazo que apoyo en este caso. Durante una entrevista, sostuvo que los trabajadores no deberían comparar sus ingresos con la línea de pobreza de una familia tipo, sino con la de una sola persona. “La línea de pobreza para una persona es de 360 mil pesos”, dijo. Lipcovich le retrucó con dureza: “Pretender que un trabajador compare su salario con la línea de pobreza de un individuo es absurdo. El sueldo tiene un carácter alimentario, para mantener familias”. Y remató con una ironía filosa, recordando los polémicos dichos del presidente sobre la venta de niños: “A menos que él quiera que los chicos trabajen o sean vendidos, como alguna vez sugirió…”
El trasfondo de esta disputa no se reduce a una polémica verbal. El conflicto arrastra ya varios meses de tensión acumulada por recortes presupuestarios, deterioro salarial y falta de diálogo efectivo con el Gobierno. La situación del Garrahan, uno de los hospitales pediátricos más importantes de América Latina, se convirtió en un emblema de las tensiones entre la gestión libertaria y los sindicatos estatales.
Milei también intentó defender la política de asignación de fondos con un dato: “Le incrementamos los recursos al Garrahan en un 240 por ciento”. Desde el hospital lo desmintieron rápidamente. Según los trabajadores, además de ser un número sin precisión técnica, la suba no compensó ni remotamente el deterioro inflacionario en el área de salud. En paralelo, el Gobierno promueve un nuevo sistema de control biométrico para detectar presuntos “ñoquis”, una iniciativa que para los gremios busca más disciplinar que transparentar. “Hace un año y medio que gestionan y no encontraron ni uno solo. Si hubiera ñoquis, ellos serían cómplices”, advirtió Lipcovich.
Más allá del cruce puntual, lo que se juega es la concepción del sistema de salud pública y el rumbo político que el Ejecutivo busca imprimirle. Las declaraciones del presidente forman parte de una narrativa de deslegitimación del empleo estatal en general, y de los sindicatos en particular. Una narrativa coherente con su visión sobre un Estado austero, pero que en los hechos muestra más predisposición al enfrentamiento político que a resolver las crisis estructurales del sector.
El paro ratificado expone un nuevo foco de conflicto para la administración de La Libertad Avanza, que ya arrastra fricciones con docentes, investigadores científicos, estatales de Anses, y ahora con personal de salud. La falta de interlocutores válidos y la negativa a establecer canales formales de negociación generan un riesgo adicional: que los conflictos sectoriales se conviertan en una protesta sistémica contra la gobernabilidad del modelo libertario.
Mientras la tensión sube, el Gobierno apuesta al desprestigio y la polarización como respuestas. Y aunque logra consolidar apoyo en su núcleo duro, los sectores más vulnerables del Estado —salud, educación, ciencia— van engrosando una resistencia que, lejos de apagarse, comienza a articularse.
En la pulseada con el Garrahan, Milei parece más enfocado en ganar una batalla discursiva que en fortalecer una institución crítica para miles de familias. Los trabajadores, por su parte, se preparan para mantener su reclamo sin concesiones, confiados en que, al menos en esta ocasión, la sociedad sabrá distinguir entre datos manipulados y realidades que duelen.