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Leyendo: La realidad de la era pospolítica
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La realidad de la era pospolítica

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Última actualización septiembre 14, 2024 9:00 am
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Por: Roberto Candelaresi

Introducción 

En ciencias sociales, el término pospolítica, similar a «posdemocracia», se utiliza para describir –en términos críticos–, los efectos de la despolitización que sufrieron gran parte de las democracias occidentales en el periodo posterior a la guerra fría, que se caracteriza por un relajamiento del discurso político antagónico, una suerte de política de consenso a escala global.

La era posmoderna está marcada por la pérdida de certezas colectivas (ni la clase social o la familia se salvan), y por una dilución de las dicotomías políticas y económicas en antagonismo con el comunismo o socialismo. Surgió una nueva manera de entender lo público y lo privado, el Estado, el mercado, lo laboral y hasta lo espiritual.

En la práctica, el fin de la historia [léase el fin de las ideologías] plateada por Fukuyama, significó un desplazamiento de la gestión de los bienes comunes y el debate económico a una esfera de lo técnico no ideológico para que resuelva problemas, lo que implicó el advenimiento a la función pública de muchos tecnócratas, no políticos formados en el arte de la lucha, el debate y la cosmovisión para proyectar futuros, que fueron puestos a administrar los rumbos de las naciones.

A su vez, los grandes proyectos emancipadores que extendieron derechos y libertades universales en su época, fueron cuestionados por grupos particulares pretendiendo intereses específicos, y la construcción de identidades o culturas propias.

Hoy parece resurgir la política (marginada por la tecnocracia en muchos países centrales) especialmente en países como el nuestro, pero la realidad actual, muestra que la política (y la conducta social) difiere de las expectativas que muchos abrigaron; ya no hay retorno a los partidos de masa, sindicatos y militancia obrera integrada. El mundo cambió, el «nuevo orden mundial» unipolar surgido con el consenso de Washington fue hecho jirones, pero en la cultura política occidental (incluyendo parcialmente la nuestra), y, producto de gente recluida en la esfera privada, cuando la política fue relegada a un segundo plano, y con tecnócratas en el poder [Argentina en los ‘90], quedan aún secuelas (en muchos actores) tales como aborrecer la palabra «lucha», o si se piensa en «defensa de derechos», algunos remiten a los de los consumidores antes que en los esenciales. 

Con la excepción de las organizaciones sociales formadas al calor de las crisis económicas, las instituciones colectivas, como los partidos políticos, los sindicatos y hasta las iglesias, perdieron fieles y afiliados. La sociedad civil parece empantanada en una prolongada (y profunda) crisis.

Sin embargo, la apatía ya parece no aplicar del todo hoy. Las masas comienzan a movilizarse. Nueva forma de política, que se expresa en las canchas, en programas populares de comunicación y, fundamentalmente, en las redes sociales. Casi se puede hablar de una hiperpolítica. Por supuesto que también hay ‘nostálgicos’ de la «poshistoria» de los ’90 y 2000.

Nuevas formas

Con mucha decepción de gran parte de la sociedad, pues ni tecnócratas ni políticos pudieron mejorar o sostener mejoras en sus condiciones de vida en forma permanente, hoy volvemos a la politización de las cosas, de todas las esferas, pero a diferencia del pasado (siglo XX), muy pocas personas participan de esos conflictos de intereses organizados que se solía definir como política en el sentido clásico.

A nivel global, podemos marcar la crisis financiera de 2008 como el hito que marca el surgimiento de movimientos revitalizando la lucha de intereses, y, por tanto, el fin de una época de consenso. Pero los movimientos, padecen similares problemas, normalmente afectados por el fetiche del «horizontalismo», han sido incapaces de crear programas de gobierno y de visibilizar representantes. Sobre este tópico, se debería abrevar en el ensayo de Jo Freeman “La tiranía de la falta de estructuras” [1970], que alecciona que, al resistir a líderes nuevos o descartar cualquier estructura o división del trabajo de los movimientos (justicialista, por caso) esa aparente falta, suele ocultar una «dirección informal», no reconocida e irresponsable, muy pernicioso porque niega su existencia (y así elude responsabilidad y compromisos). La solución siempre fue constituirse orgánicamente en un partido institucionalizado y representativo de todas sus corrientes.

La novedad en cuanto a formas, son los denominados «partidos digitales», que nacieron prometiendo menos burocracia, más participación y nuevas formas de horizontalidad. En realidad, terminaron concentrando todo el poder en las personas en torno a las cuales han surgido [La Libertad Avanza, por ejemplo].

Ciertamente estas organizaciones (o fuerzas) enraizaron en la repolitización de ciertas capas sociales, pero ninguna se ganó el compromiso de sus simpatizantes en el sentido político clásico.

Claramente, el impulso de este nuevo «movimientismo» es el oportunismo electoral. Por otro lado, balancea de algún modo la sangría de todos los partidos políticos ‘clásicos’ (de masas) en cada sistema, ya que estos pierden afiliados anualmente, y quedan – en apariencia – como proveedores de políticas públicas, aunque en realidad, los especialistas que prevalecen en sus internas son los de RRPP o las ‘figuras’ de la función pública.

Hoy la ciudadanía (global) percibe a los partidos tradicionales como instrumentos demasiado lentos y aparatosos. Por eso es menester para su supervivencia adoptar nuevas formas organizativas. En la actualidad, como consecuencia de todo esto, el poder ejecutivo encuentra cada vez menos resistencia en los parlamentos.

Los partidos que no se estancan en esta era posindustrial, deben mostrar un espíritu emprendedor en sus organizaciones. Incluyen especialistas en gestión de redes sociales e invitan a los influencers [vloggers] a que formen parte de los gabinetes [Ver J. Milei], pues son expresiones de la ‘nueva economía’, informales y provisorios, sin acuerdos a largo plazo, organizados alrededor de negocios y empresas fugaces.

La nueva sociedad

Deambulando entre empleos temporarios, los ciudadanos enfrentan cada vez más dificultades para construir relaciones duraderas en sus lugares de trabajo. Internet y círculos de amigos íntimos reducidos, son los ambientes sociales preferidos, especialmente para los jóvenes. Son tipos de solidaridades abstractas y concretas. Mientras la familia es el fondo de seguridad social, los lazos en Internet son totalmente voluntarios. 

Las protestas contemporáneas, sean cual sean sus objetivos, comparten un mismo voluntarismo, pero por su propia ‘estructura coyuntural’, no siendo organizaciones formales, no pueden imponer una disciplina a sus seguidores. Pululan los fanáticos agrupados, pero sin suscribir a un marco partidario definitivo. La precarización y el autoempleo no estimula los lazos duraderos dentro de las organizaciones.

Hoy además del movimiento de masas tradicional que languidece, existe un movimiento de enjambres: grupos que responden a estímulos breves y explosivos generados por influencers carismáticos y por demagogos digitales. Los costos de pertenecer a los medios digitales (Facebook, por ejemplo) son relativamente bajos.

Por eso se dice que la pospolítica es un mosaico de colectivos. Se negocia en la sociedad despolitizada con el poder dominante, en un contexto “racional” (para el orden global) resolviéndose las reivindicaciones de caga grupo, a los que se asigna un determinado lugar “que le corresponde” en virtud de una discriminación positiva. No es política, cuando el status que cada grupo consigue en realidad es concedido, fragmentadamente, no como resultado de programas multitudinarios, como sería una voluntad general, confrontando con el orden establecido. No hay lucha política en común. No existe un programa político conjunto que antagonice con el neoliberalismo, o sea una verdadera ideología alternativa, o se la estigmatiza como al justicialismo.

Los dirigentes que nuclean esos «enjambres» pretenden imponer una determinada “partitura”, por medio de tuits, intervenciones en la tv o mediante bots, pero esos esfuerzos que pueden ser exitosos para una determinada acción (táctica), no bastan para crear una formación perdurable (estratégica). Ya no la masa compacta del partido de posguerra, el populismo hoy se construye en torno a una figura estrella, un animal mediático, generalmente. 

La política se reinserta en la esfera pública, pero de otra forma, sin el resurgimiento de organizaciones de masas, aunque se represente así (como opiniones de bloques compactos) a nivel discursivo o como política mediática. Todo rebota en las plataformas de los medios sociales y redes de cada ‘bando’, con un tinte ideológico para llamar a la polémica. Pero, se ha perdido la dimensión colectiva de toda lucha. El conflicto político ya no pasa por la propiedad y el control, sino por las identidades, y la intangibilidad de las costumbres personales e interpersonales, en definitiva, las reivindicaciones están fragmentadas.

La verdadera Política

Interpelar y luchar por un nuevo orden es puramente político, renunciar a ello, o hasta ignorar que existe un tal orden (esquema de dominio) abocándose solo a los conflictos inherentes entre grupos sin divisiones ideológicas, sería propio entonces de la pospolítica. Acompañando ese nuevo “funcionalismo”, se sustituyó la ética fundada en la noción de lo justo (que iluminaba las injusticias para combatirlas), por otro “ethos” moderno que gira en torno al productivismo, a lo políticamente correcto y a lo estéticamente aceptable.

Ya sentenció el filósofo Zizek, que hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que una alternativa al capitalismo, y con ese marco, se define lo funcional de lo que no lo es (en términos capitalistas, claro). Así, para esta visión, se decreta que, el «gasto» en cultura, sanidad o educación solo entorpecen la acumulación de capital. La política, sin embargo, es la que frente a cualquier acontecimiento político como esta declaración (y acción concreta), trataría de impugnarla y posibilitar una transformación – hacia un sentido opuesto – de las condiciones de vida de la sociedad.

El Verdadero Acto Político es aquel que modifica el contexto que determina el funcionamiento de las cosas. La Verdadera Política es en realidad el arte de lo imposible; es cambiar los parámetros de lo que se considera «posible» en la constelación existente en el momento.

En la pospolítica, se entroniza a los tecnócratas ilustrados, de todas las disciplinas, especialmente del área económica y liberales multiculturalistas para resolver con su ayuda ‘todo tipo de problemas’, se trata de un mundo post-ideológico, que trata de eliminar la dimensión de universalidad que aparece con la verdadera politización.  

El Nuevo Orden Mundial que se quiso imponer con esta herramienta, pretende ser global pero no universal. Ya que desde el poder hegemónico se dispone el lugar que cada parte (actor) del sistema ocupe. Los excluidos hoy del sistema, son cuantitativamente más cada día, y eso es masa crítica para recuperar la politización. Hoy, ciertas iglesias evangélicas de fanáticos, líderes sociales mafiosos y hasta narcotraficantes, tratan de conducir (y aprovecharse) de esas masas apartidarias y sin representación política en ninguna de sus formas.

Tal vez el horizonte actual, esté limitado por la falta de cuestionamiento a la democracia capitalista, pero siempre se puede luchar desde dentro para mejorar las condiciones de las mayorías, eliminando la pobreza extrema, por ejemplo.

Características de la POSPOLÍTICA Argentina

El gobierno argentino actual, autoproclamado anarco-libertario, podría ser expuesto como un epítome del fenómeno mundial de la pospolítica. Es sabido que la posverdad necesita de la pospolítica. Y un gobierno que manifiestamente desprecia a la ciencia y a los científicos, propende a gobernar sin brújula, sin mapa, sin datos. Si un político ignora la realidad, lo más seguro es que con su intervención la empeorará.   El dato sirve para reformar o transformar. La mentira y la simulación como base del pensamiento político solo pueden desgarrar el concepto de lo público. 

El Diccionario de Oxford, precisamente define a la pospolítica como «aquella en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de las decisiones públicas que los pensamientos y creencias basados en los prejuicios, las obsesiones o las falsedades».

Si se rompe la cadena causal entre hechos, sus causas, y consecuencias en el ámbito de lo político (al negarlos o distorsionarlos), la política es un espacio imprevisible, un ecosistema fértil para el Autoritarismo. Ciertamente esta pospolítica, sería la antítesis de la política del bien común de Max Weber.

Estamos presenciando en la Argentina, que, desde el mismo momento de su acceso al poder (que, dicho sea de paso, contó con una estrategia exitosa usando un lenguaje pospolítico reafirmando el sentido común neoliberal), Javier Milei comenzó a dar marcha atrás a los alcances de las políticas progresivas consagradas por gobiernos populares anteriores. 

La pospolítica se aplica evitando que se politicen ciertas reivindicaciones puntuales, es decir, que no se conviertan en metáfora de una oposición generalizada. Por ello tratan de negociar las cuestiones (quejas) puntuales, por sectores, sin que trasciendan demasiado a la opinión pública general. El temor de los tecnócratas o personeros de la era pospolítica (Milei/Macri), es que la sociedad tome consciencia de los intereses ultras minoritarios que representan.

La derecha populista, tal como La Libertad Avanza o el PRO, recogieron ciertas demandas sociales como la falta de empleos o ausencia de horizontes claros (especialmente para la juventud) y las enarbolan como banderas propias, para identificar a supuestos culpables (el pasado progresista), no por tener una alternativa mejor, todo lo contrario, ya que son en esencia promercados y conservadores. La derecha populista, aunque se presente como tal, no es antisistema, solamente critica los excesos del mismo para conseguir audiencia, y luego aplica todo el rigor en materia de «seguridad» para que nada cambie en realidad.

Lo cierto es que tenemos una nueva ciudadanía, de tipo dual (pertenencia a grupos particulares, pero al mismo tiempo, sujeto de libertades y derechos universales que facilitan la participación “transversal” en la política), lo importante es (re)concientizar a la sociedad de que la voluntad general es muy heterogénea, pero por eso mismo, se deben articular todos los intereses atendiendo todo tipo de opinión (garantizando la igualdad de acceso a los debates, como prerrequisito democrático). Solo así se logrará verdadera paz social, el bien común y la justicia. Hoy apenas vivimos un simulacro. ¡BIENVENIDA NUEVAMENTE LA POLÍTICA!

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