En los últimos años, términos como “wokismo” y “marxismo cultural” han emergido en los debates políticos, especialmente en la nueva derecha. Figuras como Abascal y Bolsonaro popularizan este vocabulario para criticar movimientos progresistas, afectando discusiones sobre derechos humanos y educación. Este fenómeno plantea interrogantes sobre su impacto en la polarización social.
La emergencia de un nuevo vocabulario político
En los últimos años, un conjunto de términos y conceptos ha tomado protagonismo en los debates políticos, particularmente desde espacios identificados como de nueva derecha. Expresiones como “wokismo”, “destino manifiesto” y “marxismo cultural” se han convertido en herramientas discursivas centrales a la hora de fijar posiciones políticas, culturales y sociales en distintas arenas públicas. Este fenómeno, que abarca desde discursos parlamentarios hasta publicaciones académicas y redes sociales, ha generado intensas discusiones sobre sus implicancias y significados.
Uno de los conceptos más utilizados en este marco es el “wokismo”, una derivación del término inglés “woke”. Originalmente vinculado al despertar respecto a desigualdades raciales y sociales en Estados Unidos, el término ha mutado para ser empleado de forma despectiva al referirse a movimientos progresistas. Según analistas, el “wokismo” se critica desde estos sectores por promover lo que consideran una corrección política excesiva o una supuesta imposición ideológica que iría en detrimento de las tradiciones y valores esenciales.
El “marxismo cultural” es otro concepto central en estas discusiones. Aunque su origen está relacionado con interpretaciones de la teoría crítica y la Escuela de Frankfurt, en el discurso de la nueva derecha ha pasado a significar una denuncia de lo que se percibe como una infiltración ideológica en instituciones culturales y educativas. Críticos de esta postura argumentan que dichas acusaciones simplifican fenómenos históricos y sociales, reduciéndolos a una narrativa conspirativa.
Figuras y su rol en la difusión de términos
La propagación de este nuevo lenguaje no es un hecho aislado, sino que está asociada a figuras clave del ámbito político e intelectual. Por ejemplo, políticos como Santiago Abascal, líder de Vox en España, y Jair Bolsonaro, ex presidente de Brasil, han utilizado conceptos como “ideología de género” o “comunismo cultural” en sus discursos. En países hispanohablantes, estas expresiones han permeado en discursos de ciertos sectores conservadores y se han adoptado como bandera para defender posturas tradicionales frente a lo que consideran una amenaza cultural.
En el ámbito académico y editorial, pensadores como el politólogo conservador argentino Agustín Laje y su colega Nicolás Márquez han sido promotores activos de estas nociones. A través de libros, conferencias y redes sociales, ambos han defendido la idea de que occidentales deben resistir lo que denominan un ataque cultural perpetuado por movimientos que describen como progresistas radicales. Estas figuras también han logrado proyectar estas ideas más allá de los marcos locales, extendiéndolas a contextos globalizados y con un notable impacto en bloques conservadores alrededor del mundo.
El impacto en los debates públicos
El uso de este vocabulario político ha transformado la manera en que se estructuran ciertos debates públicos. Algunos señalan que este giro discursivo se ha hecho presente, por ejemplo, en debates legislativos relacionados con derechos humanos, perspectiva de género y educación sexual integral. Las expresiones como “ideología de género” o “adoctrinamiento progresista” se han vuelto comunes en estos contextos, siendo usadas como herramientas para rechazar o criticar propuestas de reformas orientadas a ampliar derechos sociales.
Asimismo, el auge de las redes sociales ha amplificado la difusión de estos conceptos, muchas veces en forma de mensajes simplificados o memes. Plataformas como Twitter, Instagram o YouTube han servido como escenarios donde figuras de derecha y sus seguidores fijan sus posturas. Sin embargo, este fenómeno no es unidimensional, pues también ha desencadenado reacciones críticas desde sectores progresistas que buscan desmontar lo que consideran afirmaciones infundadas o interpretaciones tendenciosas de dichos temas.
Preguntas sobre el futuro del debate ideológico
La controversia en torno a este vocabulario plantea interrogantes más amplias sobre la dirección de los debates ideológicos en el siglo XXI. ¿Hasta qué punto estas conceptualizaciones son representaciones fieles de los debates reales o una estrategia retórica efectiva para articular una identidad política? ¿Cómo impactan estas dinámicas en la formación de consensos sociales en sociedades crecientemente polarizadas?
El fenómeno también invita a pensar en las responsabilidades de los medios de comunicación y espacios académicos al momento de abordar estos temas. ¿Cuál debe ser el papel de los comunicadores al dar espacio a ideas que, aunque masivas, polarizan el debate y a menudo carecen de consenso académico o histórico? Al mismo tiempo, se hace evidente la necesidad de analizar los efectos a largo plazo que esta retórica pueda tener en las generaciones más jóvenes, especialmente considerando su difusión masiva en plataformas digitales.
El desarrollo y el debate en torno a este nuevo léxico político seguirán siendo un tema de relevancia en los años venideros, especialmente a medida que las tensiones entre los proyectos conservadores y progresistas aumenten. La complejidad del fenómeno subraya la importancia de un análisis profundo y equilibrado en aras de comprender cómo estas dinámicas influyen en la configuración de las sociedades contemporáneas.