El peronismo, ante la condena a Cristina Kirchner y sin un liderazgo claro, busca reagruparse y revitalizarse. Una cumbre delineó una estrategia para capitalizar la situación, promoviendo unidad interna y movilización social. Sin embargo, persisten tensiones, y el futuro del movimiento depende de su capacidad para consolidar un proyecto coherente y estratégico.
El PJ se rearma: la reinvención de una épica y las incógnitas del día después
Golpeado por la condena a Cristina Kirchner y sin un liderazgo claro, el peronismo encontró en la adversidad una oportunidad inesperada para reagruparse. Una cumbre del Partido Justicialista delineó una hoja de ruta política de corto y mediano plazo, buscando capitalizar la empatía generada por la sentencia judicial para reconstruir la narrativa épica del movimiento. Con las internas en pausa, figuras que hasta hace días se evitaban aceptaron un tácito pacto de unidad. La consigna: cambiar la desorientación por movilización, y el letargo por estrategia.
La reacción fue inmediata. Gobernadores, intendentes, gremios y aliados que transitaban caminos paralelos se encolumnaron detrás de la expresidenta. En la sede de Matheu se registraron los primeros movimientos coordinados en meses: agendas sincronizadas, marchas previstas hacia Comodoro Py, y la activación de las estructuras partidarias para los desafíos electorales en el conurbano bonaerense y más allá. Las tensiones internas se eclipsaron ante lo que el peronismo volvió a interpretar como una avanzada institucional contra uno de los suyos.
Detrás del telón, sin embargo, las disputas continúan. La revitalización de Cristina como figura central reabre interrogantes que muchos preferirían no enfrentar. ¿Debe asumir de pleno el rol de conducción o facilitar la transición a una nueva generación? La exclusión de Axel Kicillof de la última cumbre, más allá de la explicación de que los gobernadores tienen su propio foro, fue interpretada como una señal política deliberada. El gobernador bonaerense, cada vez más perfilado como heredero natural, enfrenta resistencias que lo obligan a calibrar con precisión su despliegue futuro.
El estilo lacónico del Gobierno frente al fallo de la Corte deja entrever una estrategia doble. Mientras desde la Casa Rosada insisten en que no tienen incidencia en lo judicial, apuntan en voz baja a la influencia de Mauricio Macri en el entramado tribunalicio. El oficialismo intenta esquivar el costo de la sentencia, pero también observa con atención la capacidad del peronismo de regenerar una oposición robusta. Una CGT activa y una crítica articulada en el Congreso incomodan más que una mera defensa judicial mediática.
El oficialismo libertario cree aún controlar el relato, pero la creciente polarización tiene límites. La consigna de campaña “kirchnerismo o libertad” resuena con menos fuerza ante una Cristina fortalecida en imagen y un sector de la sociedad dispuesto a reevaluar lo que considera persecución judicial. La estrategia de demonizar al kirchnerismo ahora corre el riesgo de generar el efecto inverso: cohesionar al bloque opositor e incomodar a aliados vitales, como parte del radicalismo que podría ser arrastrado dentro del mismo saco retórico.
Un sector del PJ apuesta por el reimpulso reformista con calle y Congreso. Desde el Senado, legisladores ya buscan capitalizar el desgaste social provocado por el ajuste. Las señales son claras: proyectos como la emergencia en discapacidad, el refuerzo a jubilaciones y la reactivación de la moratoria previsional retornan a la agenda, esta vez con el objetivo de reconstruir la conexión emocional con grupos castigados por la motosierra. La visita de los médicos del Garrahan a los despachos peronistas no fue un gesto aislado, sino parte de una movida más amplia: ampliar el campo opositor con causas sociales concretas.
Pero más allá del frente institucional, lo simbólico está en juego. La evocación de viejas liturgias peronistas resurge con fuerza. Integrantes del ala más ortodoxa del movimiento imaginan Comodoro Py como la nueva Normandía, el punto desde el cual relanzar una cruzada política. La marcha del miércoles se perfila como el acto fundacional de esa narrativa: masividad, drones, imágenes diseñadas para multiplicar épica en redes sociales. Incluso si se concede la prisión domiciliaria antes del evento, la manifestación se realizará igual: ya no se trata solo de la persona de Cristina, sino del renacimiento forzado del movimiento justicialista.
No todo son cánticos y banderas. En La Matanza y otras zonas calientes del conurbano, los operadores advierten que el alineamiento espontáneo tiene techo. Las bases, golpeadas y desorientadas, no reaccionan como antes. Del lado gremial, la CGT —tradicionalmente ambivalente— mostró mayor compromiso esta vez, pero también trazó líneas rojas. “No es para poner la cabeza y hacerse detener. El kirchnerismo nunca se portó bien con los presos”, deslizó un sindicalista, en referencia a casos como los de Amado Boudou o Luis D’Elía. La solidaridad tiene memoria y calendario.
Mientras tanto, Massa afina su rol dentro del tablero. Con el impulso del Frente Renovador, impulsa un frente más amplio que trascienda nombres y disputas, y se concentre en frenar el proceso “desinstituyente” de Milei, como definió este sábado en un plenario partidario. Su figura emerge como articulador clave para lo que vendrá, especialmente en la provincia de Buenos Aires, donde las decisiones sobre candidaturas empiezan a tomar forma.
El PJ no tiene aún una hoja de ruta clara para el mediano plazo; ni siquiera un liderazgo indiscutido. Pero ha logrado lo que parecía imposible hace apenas semanas: silenciar internas, ordenar discurso, volver a la calle y encontrar nuevamente una causa con la cual identificarse. En Comodoro Py se dará una muestra de fuerza. Lo que venga después dependerá de la capacidad del peronismo de no caer, una vez más, en las lógicas centrífugas que lo debilitan. Y de algo más difícil aún: convertir una reacción en estrategia.