Por: Timothy Snyder*
Es una realidad que los regímenes autoritarios se mantienen o caen por la lealtad de las fuerzas de seguridad, y el presidente estadounidense, Donald Trump, ha dejado poco librado al azar desde su regreso a la Casa Blanca. Su secretario de Defensa, Pete Hegseth, purgó inmediatamente a media docena de generales de alto rango, incluido el jefe del Estado Mayor Conjunto, y a principios de mayo ordenó una reducción del 20% en el número de generales de cuatro estrellas y un recorte del 10% en generales de rango inferior.
Pero fue un discurso a las tropas un mes después, en una base con el nombre de un general confederado, lo que expuso más claramente la concepción que tiene Trump de la seguridad nacional y del papel de las fuerzas armadas a la hora de garantizarla. No hizo ninguna referencia al mundo actual, no abordó ningún interés común estadounidense que pudiera hacer necesaria la defensa nacional, y no expresó ninguna preocupación por las amenazas de China o la invasión rusa de Ucrania. Y mientras que los presidentes estadounidenses suelen hablar del heroísmo individual como prueba de un país digno de ser defendido, Trump no dijo nada sobre derechos constitucionales tan preciados como la libertad de expresión y de reunión, y ni una palabra sobre la democracia. Estados Unidos no figuró en el discurso de Trump.
En su lugar, Trump utilizó la historia militar estadounidense para promover un culto a sí mismo. Los grandes logros en el campo de batalla se convirtieron en hazañas realizadas para el placer de un líder que luego las invoca para justificar su propio poder permanente. La gloria militar se convierte en un espectáculo al que el líder puede inyectar cualquier significado.
Ese es el principio fascista que Trump entiende. Toda política es lucha, y quien puede definir al enemigo puede mantenerse en el poder. Pero mientras que los fascistas históricos tenían un enemigo externo y uno interno, Trump solo tiene un enemigo interno. Por eso, inmediatamente después de sumarse a los ataques de Israel contra Irán, se apresuró a declarar la victoria -y el alto el fuego-. El mundo es demasiado para él. El ejército solo sirve para dominar a los estadounidenses.
El enemigo fue identificado en la comparación que hizo Trump entre la captura de inmigrantes indocumentados por parte de estadounidenses en 2025 y la valentía que demostraron generaciones anteriores al luchar en la Guerra de la Independencia, las dos guerras mundiales, Corea o Vietnam. Atacar una trinchera o saltar de un avión es, por supuesto, muy diferente a atacar en grupo a un estudiante de posgrado o acosar a una costurera de mediana edad. Pero aquí vemos el propósito de Trump: preparar a los soldados estadounidenses para que se consideren héroes cuando participen en operaciones domésticas contra personas desarmadas, incluidos ciudadanos estadounidenses.
En su discurso, Trump se retrató a sí mismo como algo más que un presidente. Se burló repetidamente de su predecesor (“¿Creen que esta multitud se habría presentado por Biden?”), convocando a los soldados a desafiar la idea fundamental de que su servicio es a la Constitución, no a una persona. Esta personalización sin precedentes de la presidencia sugiere que la autoridad de Trump se basa en algo más que una elección, algo como el carisma individual o incluso el derecho divino. Los soldados deben seguir a Trump porque él es Trump.
La mayoría de los estadounidenses se imaginan que el ejército está aquí para defendernos, no para atacarnos. Pero Trump aprovechó la ocasión para incitar a los soldados a abuchear a sus compatriotas, a unirse a él en la burla de los periodistas, un control crítico de la tiranía que, como los manifestantes, están protegidos por la Primera Enmienda de la Constitución. Trump les estaba enseñando a los soldados que la sociedad no importa, y que la ley no importa. Solo él importa, y “ama” tanto a los soldados que “les vamos a dar un aumento generalizado”. Así le habla un dictador a un guardia de palacio o a un paramilitar.
Asistimos a un intento de cambio de régimen, plagado de perversidades. Tiene un componente histórico: debemos celebrar a los traidores confederados como Robert E. Lee, que se rebelaron contra Estados Unidos en defensa de la esclavitud. Tiene un componente fascista: debemos abrazar el momento actual como una excepción, en la que todo se le está permitido al líder. Y, por supuesto, tiene un componente institucional: los soldados deben ser la vanguardia de la desaparición de la democracia, cuyo trabajo es oprimir a los enemigos elegidos por el líder -dentro de Estados Unidos.
Describir la inmigración como una “invasión”, como hizo Trump en su discurso, pretende difuminar la distinción entre la política de inmigración de su administración y una guerra exterior. Pero también pretende transformar la misión del ejército estadounidense. Si los soldados y otras personas están dispuestos a creer que la inmigración es una “invasión”, verán a quienes no estén de acuerdo como enemigos. Y esto es exactamente lo que Trump trató de lograr cuando retrató a los funcionarios electos en California como colaboradores en “una ocupación… por invasores criminales”.
El ejército estadounidense, como otras instituciones estadounidenses, incluye a personas de diversos orígenes. Depende en gran medida de afronorteamericanos y no ciudadanos. Intentar transformarlo en un culto a la Confederación y en una herramienta para perseguir a los inmigrantes provocaría grandes fricciones y dañaría gravemente su reputación, especialmente si soldados estadounidenses matan a civiles estadounidenses. (También existe el riesgo de que provocadores, incluso extranjeros, intenten matar a un soldado estadounidense).
Trump acogería y explotaría este tipo de situaciones. Quiere cambiarlo todo. Quiere un ejército que sea un paramilitar personal. Quiere que la vergüenza de nuestra historia nacional se convierta en nuestro orgullo. Quiere transformar una república en un régimen fascista en el que su voluntad sea ley.
¿Pero qué quieren los soldados estadounidenses? El discurso de Trump fue un acontecimiento muy bien organizado, con miembros del público seleccionados en función de sus opiniones políticas y su aspecto físico. Cuatro días más tarde, sin embargo, el desfile militar que Trump organizó en Washington -en honor del 250 aniversario del Ejército y de su propio cumpleaños- fue ampliamente catalogado como un “fracaso”, en el que unos 6.600 soldados en uniforme de combate caminaron, no desfilaron, ante una escasa multitud. No fue un espectáculo de gloria militar, no fue Pyongyang ni la Plaza Roja.
Yo no estaba allí. Como al menos otros cuatro millones de personas en Estados Unidos ese día, yo estaba en una de las concentraciones “No a los reyes” en contra de Trump celebradas en unas 2.100 ciudades y pueblos de todo el país. Fue la mayor protesta política de un solo día en la historia de Estados Unidos, eclipsando la asistencia al desfile de Trump y demostrando que una democracia solo existe si existe un pueblo, y un pueblo solo existe cuando los individuos son conscientes unos de otros y de su necesidad de actuar mancomunadamente. Esta conciencia es el peor enemigo de Trump.
*Timothy Snyder, autor / editor de 20 libros, ocupa la cátedra inaugural de Historia Europea Moderna en la Escuela Munk de Asuntos Globales y Políticas Públicas de la Universidad de Toronto y es miembro permanente del Instituto de Ciencias Humanas de Viena.
Fuente: project-syndicate.org