El FMI observa con cautela las nuevas medidas del Gobierno argentino sobre activos no declarados, sin ofrecer respaldo. La vocera Julie Kozack enfatiza la importancia de coherencia con compromisos previos en transparencia y control financiero. La falta de apoyo visible refleja desconfianza sobre la efectividad de estas iniciativas y la urgencia fiscal del país.
El FMI observa de cerca las movidas del Gobierno, pero evita respaldarlas
El Fondo Monetario Internacional eligió una cautela calculada frente a los anuncios del Gobierno argentino sobre la flexibilización del uso de activos no declarados. La vocera designada, Julie Kozack, afirmó que el organismo “sigue de cerca” las nuevas disposiciones, sin otorgarles un respaldo explícito. La declaración dejó en evidencia una postura expectante, en un momento en que la administración busca acelerar su programa de desregulación financiera envuelta en tensiones internas y bajo la lupa de la comunidad internacional.
El mensaje del FMI no apunta al contenido preciso del paquete de medidas, sino a su coherencia macro con los compromisos ya asumidos por el país ante el organismo: transparencia financiera, lucha contra el lavado de activos y alineación con los estándares internacionales en términos de control económico. La frase clave, según Kozack, es que “cualquier nueva medida… debe ser, por supuesto, coherente con estos importantes compromisos”. Detrás del tono burocrático se filtra una advertencia: lejos de un cheque en blanco, el Fondo plantea condiciones que podrían condicionar el margen de maniobra del Ejecutivo.
Este episodio ocurre en un contexto en el que el Gobierno, con urgencias fiscales y estrategias de normalización contable, busca blanquear capitales como parte de un intento por agrandar la base monetaria sin recurrir a emisión o nuevos endeudamientos directos. La iniciativa apunta a seducir a una parte del empresariado y del capital informal que hasta ahora no ha entrado en el radar tributario o financiero formal. Pero la resistencia del FMI a apoyar públicamente la maniobra muestra que en Washington siguen pesando los reparos técnicos y políticos cuando se trata de mecanismos que puedan alentar el ingreso de dinero sin controles suficientemente robustos.
En otras palabras, la estrategia se percibe con sospecha: en el FMI no existe entusiasmo alguno por medidas que recuerden a blanqueos anteriores en economías con historial de debilidad institucional, donde la frontera entre fomento productivo y canal para fondos opacos suele ser difusa. De fondo asoma el miedo a que las promesas de transparencia se diluyan frente a urgencias recaudatorias a corto plazo. La línea que separa una decisión política audaz de una señal de debilitamiento estructural es muy delgada, y el organismo lo sabe.
Desde los despachos oficialistas se intentó restar dramatismo al gesto del Fondo. Voces cercanas a la conducción económica sostienen que no esperaban una aprobación formal de cada movimiento. Según esa lectura, el FMI juega un rol de auditor externo, no de avalista permanente, y sus posicionamientos públicos responden más a una lógica de cautela comunicacional que a un rechazo sustancial. Pero puertas adentro crece la tensión: un nuevo tramo de negociación con el organismo se avecina y en esos intercambios cada paso en la política interna puede ser usado como ficha en la mesa técnica.
En el Fondo observan con atención no solo el contenido de las medidas sino el devenir de la relación política al interior del Ejecutivo y el grado de consenso que las iniciativas gozan en el Congreso, donde los números están lejos de ser estables. La fragilidad del respaldo institucional puede convertirse en otro factor de peso para condicionar el apoyo multiliteral. En esa línea, economistas vinculados a multilaterales advierten que el organismo desconfía de contextos donde se proponen reformas estructurales sin un respaldo duradero o transversal.
Queda claro que Washington exige más que anuncios voluntaristas. Quiere señales precisas, datos, esquemas de control y una narrativa institucional consistente. Las flexibilizaciones unilaterales, sin red de acuerdos con la oposición y sin garantías jurídicas firmes, caminan por la cornisa. La memoria del organismo recuerda las polémicas de blanqueos anteriores —incluso durante gobiernos de otro color político— y teme que facilitar el ingreso de capitales no formalizados erosione las bases de largo plazo del sistema financiero local.
El dilema para el Gobierno está planteado: continuar con su hoja de ruta hacia una economía “desregulada”, surfear el pragmatismo en la frontera del riesgo regulatorio, o detenerse a recomponer credibilidad institucional antes de seguir abriendo compuertas. El FMI, por ahora, observa. No celebra ni denuncia, simplemente espera. Pero en la lógica del poder económico global, ese silencio muchas veces dice más que un discurso entero.