Gabriel Oriolo renunció a la Superintendencia de Salud, siendo reemplazado por Claudio Stivelman, quien ya influía en decisiones clave del organismo. Este cambio, apoyado por el ministro Lugones, busca implementar reformas en el sistema de salud, priorizando la transparencia y la eficiencia en la gestión de fondos.
Gabriel Oriolo deja la Superintendencia de Salud y el poder real queda en manos de Stivelman
En una jugada que se leía en los pasillos del Ministerio de Salud desde hace semanas, Gabriel Oriolo formalizó su renuncia a la conducción de la Superintendencia de Servicios de Salud. Lo reemplaza Claudio Stivelman, quien hasta ahora se desempeñaba como gerente general y, en los hechos, ya ocupaba un rol determinante en la toma de decisiones dentro del organismo que regula el millonario circuito de las obras sociales y la medicina prepaga. El ascenso de Stivelman consolida la línea interna dispuesta por el ministro Mario Lugones desde diciembre, con el beneplácito de la Casa Rosada.
La salida de Oriolo fue acordada entre bambalinas con Lugones, bajo el paraguas de los “motivos personales” que suelen encubrir desplazamientos estratégicos en puestos sensibles. Según fuentes cercanas a la gestión, no hubo un conflicto directo, pero sí una diferencia de velocidades en la implementación de los ajustes que el Ejecutivo busca imprimirle al sistema de salud, donde la transparencia y la reconfiguración del reparto de fondos son palabras claves. Oriolo cumplió su ciclo como interlocutor técnico y deja el lugar a un cuadro más político y transversal como Stivelman, que cuenta además con respaldo directo del ala libertaria técnica que orbita al presidente.
En simultáneo, Juan José Picón, hasta hoy al frente del área de Subsidios por Reintegro, fichará como nuevo gerente general. Esto no sólo despeja la sucesión sino que fortalece un esquema de control más ligado al monitoreo presupuestario y a la depuración de gastos históricos con escasa trazabilidad. La dupla Stivelman–Picón fue definida casi sin margen para discusiones dentro de Salud, marcando un cierre de filas entorno a la línea reformista que se trazó apenas asumido el gobierno.
En su despedida pública, Oriolo buscó dejar una estampa positiva de su gestión. Destacó la recuperación del rol fiscalizador de la Superintendencia, las mejoras en los tiempos de respuesta a los reclamos y, sobre todo, la eliminación de la triangulación financiera en la distribución de recursos. Esa triangulación, que beneficiaba a intermediarios clave —algunos vinculados a estructuras sindicales—, fue desmontada en medio de tensiones internas que dejaron marcas. Su salida, de hecho, coincide con el endurecimiento de la auditoría sobre las prestaciones y la publicación obligatoria de precios de los planes de salud, dos medidas resistidas por jugadores fuertes del sector.
Stivelman, con formación académica en economía de la salud y experiencia en el sector privado, fue el encargado del diseño operativo de esas reformas y ya empezó a mover fichas para acelerar los procesos que consideran “demorados” durante la etapa Oriolo. Desde el entorno de Lugones aseguran que las próximas semanas estarán marcadas por nuevos decretos regulatorios que buscan desarmar privilegios históricos, especialmente en cuanto a la discrecionalidad del financiamiento y la asignación de reintegros.
La interna no es menor. Lo que se juega en la Superintendencia de Servicios de Salud va más allá de cuestiones técnicas: se trata de uno de los principales polos de poder dentro del área sanitaria, con implicancias directas sobre el mapa gremial, las corporaciones médicas y las empresas del negocio prepago. El Gobierno, con su retórica de “sacar a los intermediarios” y aplicar criterios de mercado, necesita una conducción alineada al milímetro.
Stivelman no sólo comparte esa visión sino que ya probó ser eficaz para ejecutarla. Fue quien articuló, por ejemplo, la publicación –con caracter público y de acceso libre– del listado de precios de las empresas de medicina privada, una herramienta que tensiona la relación con actores que, hasta ahora, operaban casi blindados frente a la opinión pública. También promovió controles cruzados sobre historias clínicas ligadas a reintegros e impulsó el uso de big data para mapear fraudes silenciosos. Su designación tiene un nombre claro: eficiencia con filo tecnocrático y tolerancia cero a estructuras heredadas.
Ni Oriolo ni Lugones parecen guardar rencores. Ambos intercambiaron gestos cordiales en redes y fuentes del Ministerio aseguran que “la relación sigue siendo buena”. Pero el dato político detrás del movimiento es otro: Salud reafirma su rumbo libertario, con un discurso de saneamiento cargado de tecnicismos, y una voluntad de choque directa contra los resguardos gremiales y empresariales que sobreviven en un sistema con fuerte inercia corporativa. Lo que se viene no será sólo un recambio de nombres. Marca el comienzo de una etapa más incisiva y estratégica en la batalla por reformular el sistema de salud argentino desde su núcleo financiero.