El Gobierno desestimó la marcha en apoyo a Cristina Kirchner, reduciendo la cifra de asistentes a 48 mil, en contraste con el millón esperado. La ministra Bullrich afirmó que el kirchnerismo pierde liderazgo, mientras que la administración libertaria observa el evento como una oportunidad para consolidar su estrategia política sin generar alarmas.
El Gobierno bajó el tono: desestima la marcha en apoyo a Cristina Kirchner
El Gobierno Nacional optó por minimizar la convocatoria en Plaza de Mayo en respaldo a Cristina Kirchner. Con una declaración tajante, calificó el evento como “una cancha de Huracán”, desestimando la cifra de un millón de personas estimada por las organizaciones convocantes y bajando el número oficial a apenas 48 mil asistentes. La respuesta desde la Casa Rosada se enmarca en una estrategia de contención: evitar darle volumen político a una figura cuya posible proyección amenaza la narrativa oficialista.
Según altas fuentes libertarias, lo que se vio frente a la Casa Rosada no generó inquietud dentro del oficialismo. “Fueron los mismos de siempre. El tren fantasma”, deslizó un colaborador con cercanía a las agrupaciones libertarias, sin intención de matizar el desprecio con el que leer el acto organizado por sectores peronistas duros en respaldo de la expresidenta. La administración redobló la apuesta con una lectura política de contenido simbólico: no se trató de una amenaza, sino de una postulación fallida de liderazgo en evidente retroceso.
Mientras la liturgia kirchnerista intentaba revivir el entusiasmo con banderas, discursos y militancia en la calle, desde Balcarce 50 apuntaban al contraste: la cifra manejada por el Ministerio de Seguridad fue de entre 40 y 50 mil manifestantes. El mensaje detrás de la evaluación se dirige a los indecisos y sectores transversales que observan el panorama de cara a las futuras elecciones: mostrar a Cristina Kirchner como un factor declinante, sin capacidad de arrastre masivo fuera de su núcleo duro.
La ministra Patricia Bullrich, protagonista central en la línea oficialista, operó un doble movimiento. Por un lado, garantizó que el evento sucediera sin incidentes graves, reforzando su perfil de control institucional. Por otro, aprovechó la ocasión para profundizar su crítica política: “Cristina Fernández de Kirchner siente que ha perdido la capacidad de liderazgo, en un escenario donde el kirchnerismo claramente retrocede”. La frase no fue casual ni decorativa: en el tablero de poder, la ex mandataria vuelve a jugar, aunque con fichas sustancialmente debilitadas.
Dentro del esquema libertario, la lectura no se queda en la superficie. La reacción al acto significa una oportunidad para reactivar la ofensiva interna, recomponer el juego hacia adentro y, a la vez, medir reacciones hacia afuera. La reunión encabezada por Karina Milei con su círculo más íntimo en el despacho del vicejefe de Gabinete Lisandro Catalán sirvió para reactualizar el alineamiento de fuerzas internas: Santiago Caputo, Guillermo Francos y Eduardo “Lule” Menem confluyeron en una mesa compacta que estudia movimientos milimétricos dentro del tablero político nacional.
El silencio prolongado del vocero Manuel Adorni, interrumpido justo antes del acto, no fue casualidad. La administración libertaria eligió mantenerse en pausa comunicacional aguardando el fallo de la Corte Suprema sobre la situación legal de Cristina Kirchner. Una jugada medida, orientada a evitar que cualquier declaración oficial interfiriera en el fenómeno judicial que se avecinaba. La marcha fue recibida, entonces, como una tormenta anunciada que no salió del radar del poder real.
Fuentes dentro de la administración Milei deslizan que, más allá de la performance callejera del kirchnerismo, no existe un impacto real sobre la base de legitimidad que sostiene al oficialismo. La condena e inhabilitación de Cristina Kirchner, leída como el cierre de un ciclo político, permitió al espacio libertario reconducir su estrategia sin necesidad de polarizar en exceso. Al contrario, el foco hoy pareciera estar puesto más en consolidar territorio institucional que en avivar viejas disputas ideológicas con el peronismo clásico.
La oposición volvió a las calles, pero en los pasillos de poder no hubo sensación de peligro. La inteligencia oficial midió, contó, fotografió y contrastó. No solo manifestantes, sino también símbolos, discursos, climas callejeros y adhesión en redes. El resultado, según esa lectura, fue poco para lo que pretendía ser el gran reingreso de Cristina Kirchner al debate público.
Así, la foto de Plaza de Mayo no se convirtió en tapa heroica para el kirchnerismo, ni desató alarma en el oficialismo. Simplemente fue una jornada leída como previsible, reformulada a través de un lenguaje frío, casi quirúrgico, pensado para reducir la épica en la narrativa opositora. El tope de lo posible, según Bullrich. El eco de una despedida sin fecha, aunque aún sin retirada formal.