Hay algo que George Carlin dijo hace más de veinte años que, la verdad, parece hecho a medida para la Argentina de hoy. Con ese tono entre gracioso y despiadado, largó:
“Olvídense de los políticos. Los verdaderos dueños de este país son los que tienen el dinero, las tierras, los medios y el poder de decidir qué se enseña y qué se calla.”
Y es que uno escucha eso y, sin querer, asiente con la cabeza. Porque lo sentimos en el cuerpo: gobierne quien gobierne, siempre ganan los mismos.
No es solo bronca: es que ya nos dimos cuenta
Nos hablan de democracia, de república, de instituciones. Nos piden paciencia, sacrificio, que entendamos que “es un proceso”. Pero vos salís a la calle y todo sube menos tu sueldo. Vas al super y cada vez compras menos y gastas mas. Y mientras tanto, los de arriba… siguen arriba.
Carlin lo dijo sin vueltas: te dan la ilusión de que elegís, pero en realidad todo está armado. Acá lo vivimos cada dos años: votamos con esperanza, con bronca o con resignación. Pero a la larga, el menú siempre es el mismo: ajuste para los de abajo, beneficios para los de arriba.
¿Quién manda, en serio?
Y no, no hablamos del presidente de turno ni de los diputados que se pelean en la tele. Hablamos de los que no se presentan a elecciones: los que controlan los precios, los que negocian con el FMI, los que manejan los medios, los que ponen y sacan jueces. Los que te hacen creer que el problema sos vos porque “vivís por encima de tus posibilidades”.
¿Te suena?
Educación para obedecer, no para pensar
Carlin también apuntaba ahí: “no quieren gente que piense. Quieren trabajadores obedientes que no hagan demasiadas preguntas”. Y en Argentina eso duele. Porque tenemos universidades públicas que son orgullo nacional, pero cada vez cuesta más mantenerlas abiertas. Porque el pensamiento crítico molesta. Porque un pueblo que estudia, que pregunta, que se organiza… es peligroso para los verdaderos dueños.
Nos entretienen mientras nos vacían
¿Y mientras tanto? Reality shows, influencers que venden humo, debates eternos sobre “la casta” o “la corrupción”… todo menos hablar del poder real. Todo menos decir en voz alta que esto está armado para que no lo podamos cambiar desde adentro.
Y ahí está la trampa: discutir entre nosotros mientras ellos se reparten el país.
¿Entonces? ¿Nos rendimos?
No.
Y eso también lo insinuaba Carlin, aunque en tono ácido. No se trata de rendirse. Se trata de mirar bien. De dejar de caer en el juego. De ver el mapa completo y no solo la grieta que nos muestran.
Porque sí, es cierto que no somos los dueños del club. Pero podemos ser muchos más los que golpeemos la puerta hasta derribarla. Podemos empezar por pensar distinto, actuar distinto, organizarnos distinto. No es fácil. No es rápido. Pero es posible. Solo hay que comprender lo que vemos y con sensibilidad e imagnacion accionar en consecuencia.
Porque si no, ya sabés cómo termina:
“Ellos tienen el club. Y vos y yo no estamos invitados.”