Javier Milei, presidente argentino, refuerza su relación con Trump y Musk mientras enfrenta crecientes protestas internas por sus ajustes económicos. Alineado con la ideología trumpista, ha implementado recortes drásticos, pero el costo social es evidente. Su estilo innovador y polémico sigue generando controversia en la política internacional y local.
Milei profundiza su vínculo político con Trump y Musk mientras resiste la presión interna por los ajustes
En una entrevista con The Washington Post, el presidente Javier Milei dejó claro que su mandato está marcado por una apuesta de alto voltaje político: alinearse abiertamente con la corriente trumpista en Estados Unidos y con figuras de la elite tecnológica como Elon Musk, a quien atribuye una inspiración recíproca. “Después de hablar con Javier, Musk vio una oportunidad para implementar reformas”, dijo Federico Sturzenegger, su ministro de Desregulación, en el mismo medio. Mientras tanto, en Argentina, el ajuste no da tregua y las protestas crecen frente al Congreso, especialmente por el impacto de las medidas en los sectores más vulnerables, como los jubilados.
Lejos de renegar de su afinidad con Donald Trump, Milei reconoció no tener contacto directo con el expresidente norteamericano, aunque insistió en que el diálogo se mantiene a través del Departamento de Estado. “Con este tipo de cosas es mejor manejarlas de forma ordenada”, explicó, aceptando que “a veces la burocracia funciona”. La frase, sorpresiva viniendo de quien ha hecho de la motosierra un símbolo político, marca una concesión pragmática en medio de un gobierno que busca romper moldes en todos los frentes.
La entrevista, que se dio en su despacho oscuro, con ventanas cerradas y la motosierra decorando la escena, proyectó una imagen cuidadosamente diseñada. El presidente parece disfrutar de la teatralidad, como cuando le regaló una motosierra a Elon Musk, quien se incorporó formalmente al gabinete de Trump. Desde entonces, ambos se presentan como emblemas de una nueva ola de “desburocratización global”. Un show político que tiene su cuota de efecto espejo, pero cuyas consecuencias en la vida real distan de ser simbólicas.
En menos de un año y medio, Milei recortó ministerios, despidió a decenas de miles de empleados públicos, paralizó obras y recortó subsidios. Su equipo destaca el superávit primario como logro inédito desde 2010. Pero el costo social empieza a sentirse. El Washington Post describe el drama de Norma Fernández, una jubilada que sigue trabajando como empleada doméstica porque su sueldo no le alcanza para vivir. Su familiar con VIH ya no recibe tratamiento a partir del retroceso del PAMI. Cada miércoles, frente al Congreso, las protestas se intensifican con imágenes cada vez más graves: represión con gases lacrimógenos y un fotoperiodista herido de gravedad.
El libertario mantiene su retórica contra la “cultura progresista” y ha dejado claro que no teme romper convenios internacionales. Anunció que planea abandonar la OMS, revisa los acuerdos climáticos de París y ha restringido los derechos de la comunidad trans. Su ideología no es meramente verbal. Es un plan de transformación del Estado con sello propio, aunque inspirado —como él mismo admite— en la visión de transformación radical que encarnan figuras como Trump y Musk.
Frente al escándalo por la memecoin $LIBRA, que promovió en redes y luego se desplomó tras un auge manipulable, Milei reconoció que necesita “más filtros” para su actividad pública. El Departamento de Justicia de EE.UU. ya investiga denuncias contra los impulsores del supuesto fraude. La criptomoneda, que habría generado ganancias ilegales por hasta 100 millones de dólares, dejó en evidencia los riesgos de combinar un liderazgo disruptivo con prácticas digitales sin regulación.
A contramano del pensamiento político tradicional, Milei intenta cultivar una figura mistificada y global, más cercana al CEO de una startup que a un presidente clásico. Sin embargo, la política exterior ya le trajo algunos sinsabores. En febrero, su gobierno se abstuvo de condenar a Rusia por la guerra en Ucrania. Ese gesto fue interpretado como una validación tácita de Vladimir Putin, un cambio rotundo respecto a la postura histórica argentina. Analistas dudan que la alineación con Trump desemboque en acuerdos concretos: el libre comercio con Estados Unidos sigue siendo improbable.
En lo económico, la Argentina de Milei no escapa a sus viejos fantasmas. La inflación retrocedió de manera acelerada, pero con caída de poder adquisitivo, y la deuda con el FMI, que supera los 40.000 millones de dólares, sigue condicionando el futuro. La reciente aprobación de un decreto para avanzar con un nuevo programa no despeja las dudas ni en el Congreso ni en los mercados.
Voces como la de Martín Lousteau alertan sobre los riesgos de seguir la agenda internacional de Trump sin considerar el contexto local. “Milei valida la invasión rusa. Eso puede arrastrar a la Argentina a un conflicto geopolítico innecesario”, dijo el senador radical. La analista Ana Iparraguirre también puso en cuestión la autenticidad del libertario. “Algunos se preguntan si está siguiendo un manual de instrucciones trumpista más que tomando decisiones genuinas”.
En ese clima dual de admiración externa e incomodidad interna, Milei refuerza su relato. Dice haber cambiado su visión sobre el Papa Francisco —a quien antes llamó “representante del maligno”— después de una reunión cálida en el Vaticano. Acepta errores del pasado, aunque insiste en que la presidencia lo obligó a adaptarse, no a renunciar a su esencia. Lo que queda claro es que, para Milei, la motosierra no es solo un símbolo económico: es una herramienta política que, por necesidad o convicción, ha venido a redefinir el poder en Argentina.