José Luis Espert, al defender el acuerdo del gobierno con el FMI, cometió errores aritméticos que evidencian la falta de claridad oficial sobre el plan financiero. Su confusión generó desconcierto y críticas, resaltando la necesidad de credibilidad en las negociaciones, especialmente en un contexto de incertidumbre internacional.
Espert trastabilla con las cifras y expone la improvisación oficial sobre el acuerdo con el FMI
En un intento por defender la estrategia del gobierno ante el Fondo Monetario Internacional, José Luis Espert cometió un error básico de aritmética que dejó al descubierto no sólo un papelón individual, sino también la falta de claridad del oficialismo respecto al plan financiero que intenta materializar. El diputado liberal, aliado incondicional de Javier Milei en el Congreso, ensayó una explicación televisiva sobre los flujos financieros del nuevo acuerdo con el Fondo y terminó enredado en cuentas mal hechas y justificaciones desconcertantes.
Según Espert, el FMI desembolsaría 20 mil millones de dólares durante los próximos cuatro años. Agregó que había vencimientos por 14 mil millones y, sin pestañear, concluyó: “20 menos 14 da 11”, en referencia a la supuesta ganancia neta para las reservas del Banco Central. El error provocó desconcierto inmediato en su interlocutora y abrió una serie de especulaciones en redes sociales sobre cuán afianzado está realmente el entendimiento económico dentro del equipo libertario.
Lejos de enmendar la equivocación, Espert profundizó el desaguisado. Recalculó en vivo y cambió el resultado a “6”, excusándose con un insólito “estoy pensando en otra cosa ahora también”. La frase, aunque intentó vestirse de intelectualismo al evocar al escritor Francis Scott Fitzgerald, no logró maquillar el desconcierto generalizado que dejó su intervención. El episodio no pasó desapercibido ni para el arco político ni para observadores económicos que interpretaron el fallido como un síntoma más del desorden operativo que rige las relaciones del gobierno con los organismos multilaterales.
En cualquier negociación con el FMI, la proyección concreta de flujos de capital es la médula del acuerdo. Que uno de los principales voceros legislativos del oficialismo no tenga claridad sobre montos, vencimientos ni plazos reales deja mal parado al Ejecutivo en uno de los frentes más sensibles: la confianza internacional. El ministro de Economía, Luis Caputo, había anunciado a bombo y platillo los 20 mil millones como una suerte de tabla de salvación. Sin embargo, desde el propio Fondo desmintieron tal desembolso, diluyendo aún más la seriedad del anuncio.
Espert, una figura que Javier Milei promueve activamente en los medios y utiliza como fusible parlamentario para disciplinar la tropa, quedó expuesto en un momento clave, cuando el Gobierno busca mostrar solvencia ante los inversores y redoblar la apuesta por el ajuste. El episodio también revive cuestionamientos sobre quiénes están realmente diseñando –y entendiendo– el programa económico en curso. Espert suele tener llegada directa al presidente y a su entorno, y sus apariciones no son el resultado del azar sino parte de una estrategia comunicacional que mezcla agitación ideológica con sobreexposición técnica, a menudo sin sustento sólido.
Dentro del Congreso, el resbalón no pasó inadvertido. Tanto desde la oposición peronista como en bloques federales surgieron comentarios en off que hablan de “una preocupante falta de profesionalismo para temas de deuda” y de “una banalización de la conducción financiera.” Algunos diputados incluso deslizaron que tras las cámaras hay malestar en sectores del oficialismo por la superficialidad con la que algunos referentes están comunicando cuestiones hipercomplejas como el financiamiento internacional.
El gobierno de Milei, férreamente cerrado en sus comunicaciones frente a cuestionamientos, todavía no ha salido a aclarar ni corregir formalmente los dichos de Espert. El silencio sugiere una tendencia a encapsular errores sin asumir costos políticos, bajo la premisa de que cualquier crítica es parte de la “casta” o del establishment que impide que el cambio avance. Pero el mercado no compra esas excusas. Para los agentes financieros, los números mal dichos y las cuentas mal hechas son señales de alarma dura, no de humor negro televisivo.
Si el nuevo entendimiento con el FMI –aún en proceso de negociación– pretende reputarse como aliciente para recomponer reservas, sortear el cepo cambiario y terminar con la asfixia del dólar financiero, el gobierno necesita algo más que simplificaciones desafortunadas. Necesita credibilidad. Y si los encargados de transmitir los términos de ese entendimiento no pueden hacer una resta, estamos más lejos de Wall Street que nunca.