Roberto Navarro, director de El Destape, fue agredido físicamente en el centro de Buenos Aires, lo que desata un trasfondo político. Él vincula el ataque a las críticas del presidente Javier Milei hacia el periodismo. Sin condena oficial del Gobierno, esta agresión refleja un clima de hostilidad hacia los medios críticos.
Violenta agresión a Roberto Navarro en plena vía pública: tensión política detrás del ataque
Roberto Navarro, director del medio El Destape, fue víctima de una agresión física en la vía pública durante la tarde del lunes mientras caminaba por el centro porteño. Una persona no identificada se acercó por detrás y le asestó un golpe en la nuca, de manera sorpresiva y sin mediar palabras. El periodista tuvo que trasladarse por sus propios medios a una clínica donde recibió atención médica. Su vida no corre peligro, pero según fuentes cercanas presenta signos de violencia evidentes en el rostro y cabeza.
El hecho, más allá de su condición de ataque personal, se desliza rápidamente hacia el terreno político. Navarro transmitió a su entorno que vincula la agresión con el clima de hostilidad que —según su percepción— han instalado algunas figuras del Gobierno. “Esto tiene inspiración en las palabras de Javier Milei”, transmitió, en referencia a las reiteradas críticas del Presidente hacia periodistas a quienes acusa de manipular la opinión pública o actuar como opositores encubiertos. En particular, remarcó episodios en los que Milei afirmó que los comunicadores no han sido “suficientemente rechazados por la población”.
Quienes conocen el manejo interno de El Destape coinciden en que el canal no solo es un medio informativo, sino también parte de un aparato de resistencia política contra la administración libertaria. Desde Casa Rosada han acusado en más de una oportunidad al medio de “operar como extensión del kirchnerismo”, una etiqueta que molesta pero tampoco niegan algunos de sus integrantes. Este ataque, en ese contexto, aparece —al menos para Navarro y su círculo más cercano— como una consecuencia de ese enfrentamiento ideológico creciente.
El panorama no es nuevo. Desde hace semanas circulan rumores sobre una escalada de amenazas contra periodistas vinculados con posturas críticas al Gobierno, especialmente aquellos más activos en plataformas digitales o en medios con fuerte presencia en sectores progresistas. El atentado, si bien no es grave en términos sanitarios, sí funciona como símbolo: se golpea a un periodista en plena calle, sin disimulo, en el microcentro porteño. No hace falta ningún comunicado oficial para entender que, más allá del agresor puntual, el mensaje busca amplificarse.
Importa también considerar el contexto mediático en el que se da este episodio. El Destape enfrenta una crisis interna producto de la caída en la pauta oficial, el achique de estructuras y el desgaste financiero. En paralelo, hay versiones sobre restructuraciones en la grilla del fin de semana y tensiones con sectores sindicales que apoyan al medio pero reclaman políticas más claras. Todo esto configura un escenario de presión que magnifica la gravedad del golpe recibido: el ataque físico, aunque puntual, se inserta en una narrativa más amplia de asedio, desgaste y marginación.
Pero el dato más político —y acaso más inquietante— es la falta de una reacción pública por parte de funcionarios del Gobierno. Ninguna voz oficial, hasta el momento, condenó el hecho o expresó solidaridad hacia Navarro. Fuentes cercanas a Balcarce 50 afirman que “no hay elementos suficientes” para atribuir un móvil ideológico y que el Presidente “no tiene tiempo para cada episodio promocionado por medios militantes”. Dicha indiferencia, sin embargo, puede leerse como una forma de avalar el clima general de confrontación. En los pasillos de El Destape no tienen dudas: la intención fue tanto física como simbólica.
En una época donde el espacio público se convierte en campo de disputa política —con discursos extremos desde el poder y respuestas virulentas entre los sectores críticos—, la línea entre la retórica de confrontación y la violencia concreta se vuelve peligrosamente difusa. La agresión a Navarro podría ser vista entonces no como una excepción, sino como un síntoma del clima que se viene instalando: uno donde el periodismo, lejos de operar en libertad, empieza a calcular sus pasos con cautela.