Javier Milei ha cambiado drásticamente su postura hacia el Papa Francisco tras su muerte, pasando de críticas feroces a homenajes. Este viraje revela una estrategia política para ganar legitimidad, acallar críticas y conectar con el electorado católico en medio de la crisis, reconociendo el impacto simbólico del Pontífice en Argentina.
El viraje de Milei ante el Papa Francisco: del agravio a la reverencia
La muerte del Papa Francisco reconfiguró no solo la agenda vaticana, sino también el discurso de Javier Milei, quien pasó en apenas tres años de calificar al Sumo Pontífice como “representante del maligno en la Tierra” a rendirle un homenaje como “el argentino más importante”. No se trata solo de una cuestión religiosa o emotiva: detrás del cambio de tono del Presidente hay cálculo político, necesidad de legitimidad internacional y la búsqueda de un eje simbólico que ampare su gestión entre crisis y ajustes.
Milei construyó buena parte de su capital político desde la irreverencia: desafió a los partidos, insultó a la “casta” y se ubicó en las antípodas del progresismo que —a sus ojos— encarnaba Jorge Bergoglio. Durante su etapa de diputado, sus ataques al Papa fueron virulentos: “Tu modelo es pobreza”, llegó a escribir en Twitter, empujando los límites del debate político hacia un terreno donde la figura papal no era sagrada sino objetivo de confrontación.
Ese Milei fue el que capitalizó la bronca de un electorado desafectado, pero también el que luego debió ajustar el discurso al tamaño de la responsabilidad. Desde su elección presidencial, los gestos hacia Francisco se multiplicaron: felicitaciones entre líneas, llamados telefónicos y, finalmente, una reunión largamente gestionada en febrero de 2024 en Roma. Fue entonces que Milei supo lo que siempre supo: que no puede gobernar con el Papa en contra.
La sintonía fina con el Vaticano —aunque con matices— se volvió estratégica. Reunirse con el líder espiritual de más de mil millones de personas ofrecía un canal de diálogo con regiones del mundo que aún lo observan con desconfianza, una legitimidad simbólica frente a los sectores más conservadores del catolicismo argentino, donde la figura de Francisco sigue siendo un punto de cohesión, aunque no sin tensión. La Iglesia, con terminales en barrios y villas, mantiene un músculo social que Milei, aún con la motosierra alzada, no puede ignorar.
El viraje personal también fue explicado por el propio jefe de Estado, reconociendo ante su entorno la necesidad de dejar atrás “las rencillas ideológicas”, sobre todo una vez en funciones. “Es el líder de los católicos y un sostén moral para muchos”, deslizó entonces a los suyos, en un pragmatismo que hilvana principios con conveniencia.
Con su muerte, Francisco volvió al centro del ring político. El oficialismo decretó siete días de duelo, suspendió actos y reorganizó el calendario legislativo. Milei confirmó su presencia en el funeral, signo de una nueva narrativa presidencial que ya no se piensa desde la furia, sino desde la construcción de una figura presidencial que, aunque disruptiva, entiende el peso de los íconos.
La transformación de Milei tiene otro componente: la batalla por la memoria política. En una sociedad de archivo perpetuo y redes mordaces, la contradicción entre lo dicho y lo hecho puede volverse un boomerang. Por eso, el Gobierno se cuida de encuadrar el cambio como una “evolución”, no como una marcha atrás. Cerca del Presidente aseguran que no hubo renuncia a sus ideas, sino el reconocimiento de que “una cosa es el debate público y otra gobernar una Nación desde el mundo real”.
Lo cierto es que el Papa muerto unificó por un momento al país atravesado por la polarización. Desde la política tradicional hasta clubes de fútbol, todos los actores del tablero suspendieron sus diferencias para expresar pesar. Pero más allá del rito, la clave es observar cómo la figura del Pontífice sigue operando como un ordenador del discurso identitario argentino, incluso en aquellos que lo enfrentaron con fiereza.
Una foto en el Vaticano, un mensaje en redes o una presencia en el funeral no son solo gestos de cortesía: representan una necesaria reconfiguración simbólica. En el caso de Milei, esa imagen será también una reafirmación de poder, una señal para el interior del país y para el mundo. Porque en Argentina, incluso —y especialmente— en la muerte, la figura del Papa sigue siendo política.