Argentina refuerza su frontera con Brasil ante el aumento del narcotráfico, estableciendo un comando unificado en Bernardo de Irigoyen. Este despliegue busca controlar el tráfico ilegal y responder al avance de las organizaciones criminales PCC y Comando Rojo. La medida también tiene implicaciones políticas para recuperar apoyo en la opinión pública.
Argentina despliega refuerzo estratégico en la frontera con Brasil ante avance narco
El gobierno argentino decidió ejecutar un despliegue de alto perfil en la ciudad misionera de Bernardo de Irigoyen como respuesta directa al crecimiento sostenido de las organizaciones criminales brasileñas del Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Rojo, dos estructuras delictivas que hace tiempo dejaron de ser un problema exclusivo del país vecino y han comenzado a operar con creciente impunidad en territorio argentino.
La resolución oficial publicada esta semana ordena la creación de un comando unificado en la zona, integrando a todas las fuerzas de seguridad federales, con presencia permanente durante los próximos 180 días. El escenario elegido —una franja de 25 kilómetros en el límite noreste del país— apunta al control de los pasos ilegales que se han transformado en autopistas del crimen organizado.
Bernardo de Irigoyen no es cualquier ciudad. Con poco más de 35.000 habitantes, se ha convertido en un nodo clave del tráfico regional. Allí, la porosidad de la frontera permite un aluvión de cruces irregulares estimado en más de 1.000 ingresos diarios, lo que ha generado un ecosistema fértil para mafias transnacionales que operan desde las narcorutas hasta la trata de personas. Las diferencias económicas entre ambas márgenes de la frontera, sobre todo de precios, solo profundizan el problema, con el contrabando como telón de fondo: cigarrillos, vinos, ganado, alimentos y hasta electrodomésticos circulan con fluidez en un negocio que supera lo meramente marginal.
El contexto regional agrega presión al operativo. Mientras el PCC afianza su control de las rutas hacia Paraguay desde São Paulo, el Comando Rojo aprovechó la distracción para avanzar desde el norte brasileño, generando tensiones en áreas donde sus redes se superponen y disputan hegemonía delictiva. No se trata solo de la expansión geográfica típica del narco —que ya bastaría como amenaza— sino del fenómeno estructural que representa para los resortes del Estado. Argentina, en ese sentido, intenta no repetir los errores de sus vecinos: zonas liberadas, complicidad institucional y pérdida del monopolio del control territorial.
El informe que motiva esta respuesta expone datos alarmantes: los grupos criminales no solo financian logística armada, sino que caen en prácticas brutales como el sicariato, la provisión de arsenales de guerra y el reclutamiento de jóvenes vulnerables. Hay indicios serios de que, además del narcotráfico, estas bandas están construyendo sistemas paralelos de extorsión, aportando a una dinámica de inseguridad regional que ya cobró vida propia.
La instalación estable de una fuerza federal no es decisión menor en un distrito que, por décadas, resultó periférico en la lógica de Estado nacional. La medida, sin embargo, es interpretada en círculos políticos como algo más que una iniciativa de seguridad. La elección de Misiones como epicentro del operativo también tiene lectura política: se trata de una provincia clave para los equilibrios legislativos y donde el oficialismo busca recuperar terreno frente a un electorado permeable a mensajes de orden, identidad y control soberano.
El Ministerio de Seguridad no disimula que el operativo es parte de una estrategia más extensa. Hay un doble frente: el combate a las redes delictivas con despliegue real y, al mismo tiempo, una narrativa de recuperación del control estatal en las fronteras, destinada a consolidar apoyo en los sectores más duros de la opinión pública. La emergencia criminal sirve así como oportunidad política para reposicionar al gobierno en temas donde registraba desgaste: inseguridad, crimen organizado y precariedad institucional.
Desde Brasília el tema no ha pasado desapercibido. Aunque oficialmente Argentina no ha solicitado una mesa bilateral de coordinación específica, voceros diplomáticos brasileños admiten preocupación creciente por la exportación de su criminalidad al Gran Cono Sur. El eventual arribo de tropas o funciones policiales conjuntas no está en la agenda inmediata, pero nadie descarta que bajo presión internacional, se declare alguna zona común crítica en los próximos meses.
En lo inmediato, lo que pulsea es capacidad real de ejecución. La política de seguridad argentina ha mostrado históricamente fallas estructurales: escasez de inteligencia criminal, lentitud judicial y descoordinación territorial. El despliegue en Misiones será una primera prueba de fuego para evaluar si, más allá de declaraciones y boletines oficiales, la presencia del Estado se traduce en un cambio real sobre el terreno. Por ahora, el mensaje es claro: la frontera dejó de ser un borde abstracto y pasó al centro del juego político y criminal.