Los hermanos Kiczka fueron condenados a 14 y 12 años de prisión por distribución de material de abuso sexual infantil, marcando un hito en la justicia misionera. El fallo del Tribunal Penal 1 de Posadas pone en evidencia la impunidad en la política local y señala un cambio en la responsabilidad penal de funcionarios públicos.
Condenan a los hermanos Kiczka: un fallo que marca un antes y un después en la justicia misionera
En un juicio que sacudió los cimientos del poder político en Misiones, el exdiputado Germán Kiczka fue condenado a 14 años de prisión y su hermano, Sebastián, a 12 años, por tenencia, facilitación y distribución de material de abuso sexual infantil. El Tribunal Penal 1 de Posadas dictó el fallo tras una jornada maratónica que culminó en una decisión con fuerte impacto judicial y político.
No se trata de una condena más: es la sentencia a uno de los nombres que durante años caminó la arena política misionera con aspiraciones crecientes y vínculos sólidos. Germán Kiczka, referente del partido provincial Activar y actor frecuente en los círculos legislativos locales, ahora enfrenta un futuro tras las rejas. Su caída arrastra también a su hermano, Sebastián, un personaje que se mantuvo en las sombras hasta que este proceso lo llevó al centro de uno de los casos de pedofilia más notorios de la provincia.
Durante las tres horas de deliberación, los jueces Gustavo Bernie, Viviana Cukla y César Yaya llegaron a un fallo unánime que resonó más allá del estrado. Aún más perturbador fue el testimonio de Sebastián Kiczka durante el juicio, cuando justificó la descarga de este tipo de material con excusas artísticas: “Los bajaba para mis trabajos”. Una frase que, además de subestimar la gravedad de los cargos, subraya el nivel de naturalización que rodeaba esta conducta en el fuero íntimo del acusado.
La fiscalía, a cargo de Martín Rau, definió el proceso como ejemplar. “Vinimos con una razón, hacer justicia, y creemos haberlo logrado”, dijo Rau tras la lectura del fallo. El fiscal no solo apuntó contra los acusados, sino también contra el ecosistema que permitió que estos crímenes se desarrollaran con una impunidad casi absoluta durante años. De hecho, lo más escalofriante para la sociedad misionera no es solo el delito, sino la persistente cercanía entre estos perfiles delictivos y la actividad política activa.
El caso, cuya investigación se inició a partir de una operación más amplia sobre redes de intercambio de pornografía infantil a nivel regional, fue escalando hasta revelar una trama inquietante: un funcionario con historia legislativa accediendo y distribuyendo material ilegal desde su despacho. Las alertas se activaron no solo en la justicia, sino también en oficinas del poder político misionero que prefirieron el silencio antes que el escándalo público.
Lo que quedó al descubierto no fue simplemente una conducta criminal, sino un mecanismo de impunidad sostenido por el nombre, los contactos y la investidura del cargo. En ese sentido, la sentencia rompe con una lógica enquistada: la de que el traje de funcionario puede servir de escudo para las perversiones más atroces.
En ese contexto, la decisión del tribunal no solo corona un proceso judicial riguroso, sino que establece un punto de inflexión en la narrativa sobre la responsabilidad penal de actores políticos en delitos tan graves como el abuso infantil. El mensaje es directo: ni los fueros ni las bancas blindan a los culpables cuando las pruebas los confrontan de forma irrefutable.
A esta altura, la opinión pública mira con atención cómo se comportarán los partidos políticos respecto a este fallo. Activar, espacio de pertenencia de Kiczka, no emitió una declaración contundente ni antes ni después del fallo, y su dirigencia parece apostar más al olvido que a la autodepuración. Una actitud que, en lugar de cortar una hemorragia ética, la profundiza.
La justicia misionera, por su parte, parece haber dado un paso en otra dirección. Por primera vez en mucho tiempo se permitió enfrentar hasta el final a uno de los suyos, sin ceder a presiones políticas o pactos implícitos. Resta ahora ver si el ejemplo se replica hacia arriba y hacia los costados: es decir, en otras causas, otros nombres, otras camarillas.
Los hermanos Kiczka, esposados y escoltados fuera del tribunal, se convirtieron —quizás sin quererlo— en el símbolo de una era que puede estar llegando a su límite. Una era donde las máscaras políticas ya no alcanzan para esconder el rostro del delito.