El Día del Malbec, celebrado el 17 de abril, es más que una conmemoración etílica; es una estrategia de posicionamiento global. Esta cepa, símbolo cultural argentino, representa más del 70% de las uvas tintas del país, consolidando la industria del vino como un emblema comercial y diplomático clave.
Por qué el Día del Malbec representa más que una celebración
Detrás de lo que parece una conmemoración etílica, el 17 de abril se plantó estratégicamente como una pieza más del ajedrez vitivinícola nacional. La elección de esa fecha no es caprichosa: apunta a consolidar un símbolo de identidad productiva que trasciende las copas. El Malbec, tan argentino como el asado, es una bandera comercial, cultural y política que combina pasado francés, ejecución mendocina y ambición global. Su día no solo celebra a una cepa sino que marca una jugada del Estado, las provincias y el sector privado para blindar una posición de poder en el mapa vitivinícola mundial.
Aunque tiene raíces en Burdeos, Francia, el Malbec encontró en Argentina su mejor argumento y escala. Su institucionalización como Bebida Nacional en 2010 fue mucho más que un gesto simbólico. Fue una estrategia de branding país, apuntalada por iniciativas como el Malbec World Day, impulsado en 2011 por Wines of Argentina (WofA), una organización que opera como brazo internacional oficioso —aunque no oficial— de una política pública encubierta: posicionar a la industria argentina del vino como una referencia global desde un relato de identidad fuerte y con impacto económico.
El Estado, los gobiernos provinciales y actores empresariales supieron leer el contexto. Mientras Chile apuesta a la estabilidad exportadora de variedades como el Cabernet Sauvignon, Argentina convirtió al Malbec en su producto estrella. Con presencia en 17 provincias, representa más del 70% de las uvas tintas del país, y Mendoza, como suele ocurrir, concentra el 85% de su superficie cultivada. Pero la federalización del Malbec tiene otra finalidad política: mostrar una industria distribuida que, aunque polarizada, permite a gobernadores como los de San Juan, Salta o La Rioja reclamar protagonismo en eventos internacionales con una copa de vino en la mano. El enoturismo es solo la punta del iceberg.
La historia del Malbec argentino arranca en 1853, cuando el ingeniero agrónomo francés Michel Aimé Pouget introduce en Mendoza diversas cepas europeas. Entre ellas, el Malbec. El dato no es anecdótico. El proyecto venía acompañado de la creación de una Quinta Normal y una Escuela de Agricultura, aprobadas con apoyo del entonces gobernador Pedro Pascual Segura. No solo se importaron viñedos: se importó una visión de productividad de largo plazo, que conectaba educación técnica, identidad regional y exportación futura. Es ahí donde se cruzan la historia agraria con la política pública.
Hoy, cada botella de Malbec abre más que una cena. Representa uno de los principales bienes culturales de exportación de la Argentina. Su relato se alimenta de curiosidades que funcionan como argumentos de venta: el viñedo más alto del mundo está en Jujuy; la cepa posee un profundo color violáceo con notas dulces; y su maridaje ideal -otra oportunidad de marketing- se afianza en el consumo con carnes, cierre perfecto para el imaginario nacional del asado. Todo esto complementado con un dato que roza la arqueología del vino: la botella más antigua de Malbec argentino registrada data de 1912 y se guarda como un tesoro en Maipú, Mendoza. Cotiza en un estimado de mil dólares por copa.
En esa alianza tácita entre sector público y vinicultura privada, también hay un juego de diplomacia comercial. El embajador argentino en Francia puede hablar del tango y de Messi, pero hace muchos años que nomina también al Malbec como emblema cultural y económico. Las delegaciones oficiales ya no sólo se completan con funcionarios; bodegueros, enólogos y sommeliers forman parte de una avanzada estratégica que trabaja para lo que parece una fiesta y es en realidad una operación internacional de posicionamiento blando.
Pero no todo es marketing ni nostalgia enológica. Hay intereses concretos. En 2023, la exportación de vinos alcanzó los 650 millones de dólares, buena parte impulsada por el Malbec. Aunque el escenario es desafiante —con inflación interna, caída del consumo local y aumento de costos logísticos— el Estado y las cámaras del sector buscan mantener el ritmo con aperturas comerciales y posicionamientos geopolíticos. El Malbec no solo entra a Estados Unidos o Europa por góndolas especializadas; también entra como gesto diplomático, como parte de acuerdos bilaterales, como regalo oficial.
Si el Malbec ha logrado todo esto —desde marcar una fecha oficial hasta construir una arquitectura simbólica tan potente—, no es por casualidad. Es producto de una articulación política, productiva y cultural que entendió que la tierra también se defiende con relato. Cada copa brindada hoy es un acto de consumo, sí, pero también de afirmación estratégica. A veces, el poder no solo se sirve frío. A veces, se decanta, se oxigena y se sirve a 18 grados, en copa alta y con fondo geopolítico.