El dólar ha sido liberado en el mercado oficial, permitiendo su cotización sin restricciones por primera vez en años. Los bancos ahora fijan precios, lo que ha generado diferencias significativas. A pesar de las expectativas de estabilidad, persisten riesgos inflacionarios y políticos, marcando el inicio de un nuevo régimen cambiario en Argentina.
Fin del cepo: el dólar vuelve a flotar y la pulseada cambiaria pasa a manos de los bancos
Con la liberación total del mercado oficial de cambios, el dólar comenzó a operar sin restricciones por primera vez en años. El billete verde ya se consigue en bancos a través de home banking, aunque el valor varía notoriamente entre entidades. En algunos casos, la brecha supera los $100. En una jugada que busca reconfigurar el sistema financiero local, el Gobierno eliminó el cepo y transfirió al sistema bancario la determinación de precios, dentro de bandas amplias. La expectativa es que la cotización converja, pero todavía hay señales contradictorias en una plaza marcada por la dispersión y la cautela.
En apenas 72 horas de funcionamiento sin regulaciones cambiarias, el mercado oficial operó con importantes volúmenes, pero también evidenció una falta de coordinación entre entidades. Mientras que Banco Nación vende el billete a $1.180, el Galicia y el Santander lo ofrecen entre $1.220 y $1.230. En el caso del Macro y el Banco Ciudad, el tipo de cambio se ubica directamente en $1.250, al límite superior de la banda. El promedio de los bancos ronda los $1.230, aunque la operación por home banking supera en algunos casos ese valor.
En el fondo, lo que ocurre marca mucho más que un cambio técnico. Lejos de ser solamente una corrección cambiaria, se trata del principio de un nuevo régimen monetario. El Banco Central se reserva el derecho a intervenir “dentro de las bandas” en momentos de necesidad, pero el objetivo declarado es dejarlas flotar y evitar el uso de reservas. El precio de la divisa pasó a ser una señal del mercado, y no de la autoridad monetaria.
El relato oficial busca instalar que esta dinámica forma parte de un proceso de unificación cambiaria que apunta a la estabilidad. Sin embargo, el timing político de la medida no fue casual. El Ejecutivo esperó a contar con respaldo externo —a través del desembolso del FMI— y cierta recomposición de reservas antes de soltar las amarras. La decisión se tomó tras presiones internas de ciertos sectores financieros que venían pidiendo previsibilidad y margen de acción, además de un tutelaje indirecto sobre el proceso inflacionario.
Más allá del tecnicismo de las bandas, la clave está en el modo en que el mercado absorberá esta nueva libertad. El martes, en el mercado mayorista (MULC) se operaron unos u$s 413 millones, un volumen levemente inferior al del lunes. La baja refleja una conducta prudente de los operadores, que especulan con una convergencia futura y no apuestan a apresurarse. El Gobierno, en tanto, sugiere que no habrá intervención agresiva del BCRA a menos que la situación lo amerite.
Otro factor central es el nuevo rol de los bancos como formadores de precios. Con la eliminación del cupo mensual y la decisión de dejar en manos de las entidades la definición de límites de compra por cliente, se plantea un reacomodamiento de poder dentro del tablero financiero. Ya no es el BCRA quien decide cuánto dólar puede adquirir el ahorrista, sino cada banco según sus criterios internos. El único tope por ahora es para operaciones por caja: u$s 100 por cliente. Todo lo demás queda abierto a la dinámica privada.
Esta liberalización, sin embargo, no está exenta de riesgos. El salto en las cotizaciones formales —de cerca del 15% respecto de los valores previos al fin del cepo— tiene un impacto directo en los precios, la inflación y, en consecuencia, el humor social. A eso se le suma la presión política de sectores opositores que vinculan la medida con una futura licuación de pasivos en pesos y una redistribución regresiva del ingreso. En la práctica, podría tratarse de una nueva “devaluación encubierta” orquestada para balancear el frente fiscal mientras se reordenan cuentas con el Fondo.
El Ejecutivo hace equilibrio entre dos objetivos: contener la inflación y reducir la inercia monetaria sin perder apoyo social. Esa doble exigencia explica por qué prefirió esperar hasta tener certezas de ingresos de divisas antes de avanzar con la medida. Lo cierto es que el mercado lo recibió con relativa calma, al menos por ahora. La expectativa es que los precios tiendan a converger en un valor razonable que respete la banda de flotación (entre $1.000 y $1.400), aunque observadores del mercado advierten que no hay garantías de que eso suceda sin sobresaltos.
En esta transición, se perfila un cambio estructural en el régimen cambiario argentino. Con el cepo relegado al pasado, el protagonismo lo ganan los bancos, los exportadores y la dinámica global. Pero también emergen con fuerza las expectativas: si el mercado cree que habrá estabilidad, jugará a favor. Si sospecha que se viene otra crisis, anticipará saltos. La política económica dejó de imponer precios y pasó a jugar a la confianza. Al final del día, como siempre, el dólar es mucho más que una moneda: es un sensor de poder.