Gildo Insfrán, gobernador de Formosa desde 1995, ha consolidado un poder casi monárquico, logrando su séptima reelección en 2023. Su gestión se sostiene en una fuerte relación entre gobierno y ciudadanos, con un aparato estatal efectivo y dependencia económica del Estado. La falta de oposición y crítica perpetúa su dominio.
Insfrán eterno: el poder como hábitat natural
En Formosa no hay alternancia, hay Gildo. Gobernador desde 1995, consumó su séptima reelección en 2023 y, de concretarse un nuevo cambio en la Constitución provincial, podría gobernar hasta 2035. Cuarenta años al frente de una de las provincias más pobres y postergadas del país. Un modelo tan consolidado que parece más una estructura de poder que una gestión política. Y sin embargo, sigue ganando.
Cuando asumió su primer mandato, el gobernador de Buenos Aires era Eduardo Duhalde. Desde entonces pasaron por La Plata Ruckauf, Solá, Scioli, Vidal y Kicillof. En la Ciudad de Buenos Aires gobernaban Domínguez, De la Rúa, Ibarra, Telerman, Macri, Larreta y ahora Jorge Macri. En Formosa, sólo Gildo. El dato ilustra, pero no asombra: Insfrán se convirtió en un caso único. Algunos lo comparan con monarcas, dictadores y pontífices. Pero su permanencia es, insólitamente, producto del voto.
Insfrán comenzó como vicegobernador en 1987 y desde 1995 no soltó el timón del Ejecutivo provincial. Su crecimiento fue progresivo: empezó con el 56% de los votos en su primera elección y llegó a peaks del 76%. En 2023 bajó a un “modesto” 69% y en 2024 volvió a descender a 67%. Aun así, ningún opositor logró acercársele. No hay margen: el aparato estatal responde a él y el resto orbita en torno a su figura.
El fenómeno no se explica solo en la lógica del poder electoral. El 70% de los trabajadores registrados de Formosa son empleados públicos. La relación estructural entre gobierno y ciudadanos deja poco espacio para la crítica sin costos personales. Además, el 93% del presupuesto provincial proviene de fondos nacionales. La coparticipación banca el sistema. La provincia no produce, no exporta (apenas el 0,04% del total nacional), pero detenta uno de los esquemas de control político-territorial más eficaces de la Argentina democrática.
El llamado “modelo formoseño” es una construcción singular. En 2009, se publicó un libro que lo enuncia como doctrina: un texto que habla de fundamentos “filosóficos y doctrinarios” y llama al formoseño a «sentir y comprender» el proyecto de Insfrán como una tarea militante. El culto a su figura se articula con una red clientelar que incluye desde subsidios hasta pensiones por discapacidad que triplican la media nacional.
Los números, lejos de reflejar prosperidad, exponen la precariedad estructural: 46% de pobreza en el segundo semestre de 2024, 67% en el primero. Mortalidad infantil de 11 por mil, la mayor del país. Alto grado de dependencia del Estado. El 7% de la población tiene una pensión por discapacidad. La mayoría de las jubilaciones se otorgan vía moratorias. Y sin embargo, las Pruebas Aprender 2023 ubicaron a Formosa como la provincia con mejores resultados en lengua en tercer grado. Más alumnos avanzados entre los pobres que entre los ricos. El sueño peronista, hecho estadística.
No faltan quienes creen ver en esos datos un maquillaje oficial. Pero la narrativa oficial encuentra eco. La maquinaria propagandística repite los logros, invisibiliza los márgenes y recrea las condiciones para que el status quo no se discuta. La oposición, débil y fragmentada, no logra penetrar una provincia con escasa circulación crítica de información. Los medios locales, en gran parte dependientes de la pauta oficial, reproducen sin cuestionar. Las excepciones acaban aisladas.
El sostén político de Insfrán en el escenario nacional también permanece intacto. El kirchnerismo lo considera un baluarte territorial. Tras cada elección llega el tuit protocolar, la llamada de agradecimiento, el espaldarazo tácito. No hay críticas desde adentro. Nadie se juega a romper el pacto por Formosa, aunque se lo cuestione en privado. Todos lo necesitan. Gildo garantiza. Y cuando garantiza, impone condiciones.
En tiempos de liberalismos combativos y promesas de modernización, Formosa parece detenida en otra temporalidad. La política funciona allí con leyes propias. No hay internas a cielo abierto, ni oposición con volumen, ni circulación de élites. Insfrán convirtió lo que para otros es reelección en permanencia, y diseñó un escenario donde la alternancia es una ficción.
El problema en Formosa no es solo el tiempo, es la naturalización. Casi la mitad de su población tiene menos de 30 años. Solo conoció a un gobernador. Gildo es Estado, es rutina, es paisaje. Y como en todo ecosistema cerrado, el que sobrevive no es el más fuerte. Es el que sabe adaptarse. Eso sí: desde el mismo sillón.