La decisión de Axel Kicillof de desdoblar las elecciones en Buenos Aires genera tensiones internas en Unión por la Patria. Mientras busca consolidar su liderazgo, enfrenta presión del kirchnerismo para unificar el calendario electoral. La contienda anticipa un desafío por el control del peronismo en un escenario fragmentado.
La pulseada interna en Unión por la Patria pone en jaque la unidad en Buenos Aires
Axel Kicillof decidió mover primero: desdobló las elecciones en la provincia de Buenos Aires y encendió una disputa silenciosa pero feroz con sectores internos del peronismo. Mientras el gobernador apura reuniones con intendentes y espacios aliados para afirmar su liderazgo territorial, desde el PJ kirchnerista siguen presionando para que se caigan los decretos electorales y las elecciones sean concurrentes. El escenario, marcado por alianzas precarias, orgánicas en crisis y acusaciones cruzadas, anticipa una contienda feroz por el control del sello peronista y del armado electoral bonaerense.
El movimiento de Kicillof no solo fue electoral. Fue una declaración de autonomía frente a la conducción nacional de Unión por la Patria. En su despacho de La Plata, ya se vio con intendentes como Gustavo Barrera (Villa Gesell) y Lucas Ghi (Morón), ambos del Movimiento Derecho al Futuro, el emergente espacio que lo tiene como figura central. La estrategia, según confiaron desde el entorno, apunta a consolidar su espacio con el mayor nivel de unidad posible, pero con el control político en sus manos. Las negociaciones formales arrancan este viernes, con una cumbre ampliada del MDF que busca mostrar músculo ante la cúpula del PJ tradicional.
Kicillof también abrió el juego con Unidad Popular, la fuerza que conduce Claudio Lozano, y donde conviven referentes sindicales como Hugo “Cachorro” Godoy y Oscar de Isasi. Aunque el gobernador no les pidió explícitamente su sello, el gesto político está claro: si la pelea legal por los partidos peronistas se profundiza, necesitará vehículos alternativos para competir. Los de Lozano, por su parte, condicionaron su participación a una construcción colectiva con horizonte político claro: “Unidad sí, pero no a cualquier precio”, advirtió uno de sus dirigentes durante el encuentro. En la mira está la frustración acumulada por las experiencias previas de Frente de Todos y Unión por la Patria.
La fecha límite apremia. El 4 de mayo vence el plazo para el reconocimiento de nuevos sellos partidarios, el 14 para formalizar alianzas, y el 24 tendrá que presentarse la lista de precandidatos. La Junta Electoral ya fijó los pisos de adhesiones por sección, lo que obliga a los armadores a cerrar acuerdos rápidamente. Las cifras son exigentes: 4.000 adhesiones para Primera, Tercera y Quinta sección electoral, más otras cifras por secciones menores que obligan a trabajar coordinadamente en todo el territorio bonaerense.
Desde el kirchnerismo tradicional, la jugada de Kicillof no cayó nada bien. Facundo Tignanelli, jefe del bloque peronista en Diputados, confirmó que harán lo posible por hacer caer los decretos de convocatoria a elecciones con el objetivo de unificar el calendario. Esa hipótesis, sin embargo, hoy no tiene respaldo ni en la oposición ni en los aliados, muchos de los cuales tienen sus propios acuerdos pendientes o internas por resolver. Nadie quiere meterse en el barro de la interna bonaerense peronista.
En ese paisaje fragmentado, el Frente Renovador de Sergio Massa ensaya un rol de articulador. Sebastián Galmarini salió a marcar la cancha con declaraciones que buscan sostener el último puente de diálogo entre los distintos sectores en pugna. Desde su óptica, cualquier escenario de listas divididas entregaría bancas enteras a Javier Milei. Advirtió que en secciones como la Séptima, con piso del 33,3%, o la Quinta, con mínimo del 20%, una división sería letal. “Si vamos divididos, Milei se va a llevar las bancas. Ese resultado el FR no lo va a avalar en ningún caso”, lanzó sin rodeos.
En la trastienda de esa pulseada hay más que fechas y reglamentos. Hay control territorial, financiamiento de campaña y la disputa por quién se queda con el poder simbólico del peronismo bonaerense. Kicillof ya no es solo el gobernador; busca ser el jefe político de un nuevo armado que desafía la estructura tradicional. Del otro lado, los alineados con Cristina Kirchner lo ven como responsable de la ruptura de la unidad y temen que el cálculo solista termine erosionando el poder que todavía conservan en el Gran Buenos Aires.
El reloj corre y el laberinto de la unidad se convierte en un terreno minado. Nadie quiere ser el que dinamite el puente, pero todos ponen explosivos. Y cada movimiento que busca afirmar liderazgos deja al descubierto un peronismo que entra en campaña peleándose por la lapicera, mientras los libertarios, lejos del barro interno, afinan su estrategia para aprovechar el desconcierto.