El reciente temporal en la provincia de Buenos Aires reveló serias falencias en la infraestructura y la preparación gubernamental ante desastres climáticos. Con localidades inundadas y cortes de luz, la situación se agrava por la falta de planes preventivos efectivos. La desigualdad en la respuesta resalta la urgencia de inversiones estructurales.
Gran cantidad de agua acumulada en poco tiempo y cortes de energía: lo que dejó el temporal
El temporal que barrió en los últimos días el territorio bonaerense confirma lo que la evidencia marca desde hace años: no sólo son camalotes los que llegan desde arriba. Vienen también las consecuencias de un Estado flaco en prevención, una infraestructura arrastrada por décadas de desinversión y una meteorología que no da tregua. Mientras el norte de la provincia soportó la peor parte del embate, con localidades enteras bajo el agua, Mar del Plata no quedó indemne: lluvias intensas, cortes de luz y árboles caídos marcaron la postal de una noche que anticipó una madrugada caótica.
La tormenta se desató sobre la ciudad en la noche del sábado y en cuestión de horas dejó en evidencia todas las falencias de una red urbana que, con cada tormenta, repite su colapso. En el barrio Caisamar, árboles caídos bloquearon calles entre Alice y Benito Juárez, mientras que más de diez barrios del norte marplatense quedaron sin suministro eléctrico debido a un desperfecto en el alimentador del Aeropuerto Astor Piazzolla. La Cooperativa Eléctrica de Camet no logró dar respuesta inmediata y recién con el avance del domingo Edea pudo normalizar el servicio en las zonas afectadas. El dato no es menor: el aeropuerto no sólo quedó fuera de servicio eléctrico, sino que marcó la dimensión crítica del evento.
Al igual que en tantas otras ocasiones, el fenómeno climático volvió a encontrar a las autoridades en modo reactivo. Sin un alerta efectiva que anticipara la magnitud de la lluvia, sin articulaciones estratégicas entre Defensa Civil, el Municipio y la Provincia, y, lo más sintomático, sin protocolos actualizados para enfrentar esta clase de tormentas, la ciudad quedó sola ante los elementos. No es la primera vez. La diferencia es que el impacto esta vez coincidió con otro frente más fuerte en el norte de la provincia, lo que dispersó la capacidad de respuesta regional.
En ese contexto, la situación en localidades como Zárate, Campana y Arrecifes fue desbordada. No sólo hay caminos anegados y evacuaciones forzadas: ya se cuentan por miles los damnificados. Allí, como en Mar del Plata, llovieron más de 100 milímetros en pocas horas y volvieron a inundarse zonas bajas que el urbanismo hace tiempo transformó en barrios populares sin planificación de evacuación. Todo esto mientras los gobiernos locales repiten los mismos comunicados de siempre y prometen evaluaciones técnicas para determinar responsabilidades. Un discurso conocido justo cuando empieza la campaña electoral en muchas ciudades del interior bonaerense.
El hecho de que gran parte del daño se haya concentrado en zonas periféricas deja expuesta una vez más la desigual distribución de recursos en los municipios, donde las zonas más vulnerables padecen las consecuencias de un modelo centrado en la reparación posterior antes que en la acción preventiva. Entre quienes debieron afrontar cortes de energía durante horas abundan adultos mayores que dependen de sistemas eléctricos vitales, muchos sin acceso a agua por falta de bombas. La energía eléctrica se convirtió, de nuevo, en indicador de desigualdad urbana.
Nadie quiere volver a vivir escenas como las vistas semanas atrás en Bahía Blanca, cuando el temporal dejó muertos, heridos y miles de evacuados. Pero los paralelismos no son casuales: el patrón meteorológico de los últimos meses apunta a una intensificación de fenómenos extremos difíciles de enfrentar sin inversión coordinada. En Mar del Plata, y en otros bastiones costeros, no se ven obras estructurales para contener mega lluvias. Se anuncian planes, se difunden cronogramas, pero los resultados no llegan. Mientras tanto, los barrios se inundan, la electricidad falla y los organismos se excusan.
A contramano del pronóstico que prometía una provincia cada vez más blindada contra eventos climáticos, lo ocurrido este fin de semana alumbra una verdad incómoda: no hay plan de contingencia posible si la inversión estructural no se activa y si los intendentes no alinean agendas más allá del reclamo de fondos. El ecosistema político bonaerense —donde conviven jefes comunales de diverso color partidario, muchos con aspiraciones provinciales o nacionales— enfrenta aquí un espejo que pocos quieren mirar: el cambio climático llegó para quedarse, y los votos no se ganan con jornadas de limpieza post tormenta. Se ganan, en todo caso, cuando los vecinos sienten que alguien pensó en ellos antes de que el agua les llegue al pecho.
En los próximos días, se esperan más lluvias. Nadie puede asegurar que no se repita una escena similar. Tal vez, mientras tanto, llegue el momento de dejar de aplaudir al cielo despejado y empezar de una vez a revisar los mapas de riesgo, en serio. Por ahora, lo único claro es que la próxima tormenta no va a esperar que la política se decida a gobernar el clima con más que excusas.