La incorregible élite argentina; un obstáculo a un destino virtuoso del país
Introducción
Élites, oligarquías, clases dirigentes y clases dominantes han existido en todas las áreas geográficas y en todos los momentos de la historia de la humanidad. Las élites y las oligarquías son, hasta cierto punto, inevitables. Todos tienen diferencias cualitativas y cuantitativas.
Nuestro país, caracterizado por sus contradicciones, no podía no ser disonante también en materia de cómo funcionan sus élites en el entramado socioeconómico y político, con respecto a los países de la región, aunque compartan también naturalmente, algunos rasgos comunes.
Hay mucha literatura describiendo cómo el capitalismo prebendario convive con el capitalismo de riesgo en la Argentina, pero mucho menos abundante acerca de los actores protagónicos del ámbito privado que impulsan aquél, y que ejercen el poder fáctico en forma permanente: trascienden los gobiernos democráticos y los golpes de Estado, son impermeables a cualquier modelo económico que la política pretenda implantar, y resultan inabordables para el resto de los ciudadanos.
Un debate pendiente que la democracia argentina tiene, es respecto al rol del (gran) empresariado en el juego social. Y ello es así en virtud de que la sociedad masiva desconoce el futuro que sueñan esos personajes, para sí y para el país.
Se desconoce si realmente existe un proyecto productivo-tecnológico inclusivo (o excluyente), y desde ya, ignoramos si existe siguiera un plan de desarrollo nacional autónomo, ya que las conductas concretas de las grandes corporaciones nacionales, parecen solo contar con planes de negocios, generalmente asociados subordinadamente a intereses extranjeros.
Los actores sectoriales dominantes, cuentan con foros de encuentro, instituciones que los agrupan como empresarios, y otros escenarios coyunturales en los que periódicamente emiten comunicados, proclamas, manifiestos o “conclusiones” de sus debates, que son siempre ideológicos y contingentes, con apoyos o críticas explícitas a rumbos gubernamentales, pero nunca presentando un rumbo estratégico esperado.
La élite económica no es proclive a mostrarse en público, y rara vez se postulan a puestos legislativos donde puedan presentar y defender iniciativas sectoriales. Sí, en cambio, algunos CEOs de grandes empresas son designados en cargos ejecutivos desde gobiernos afines al libre mercado.
Este fenómeno también se produce a la inversa, en forma de “puerta giratoria”: las personas pasan de puestos gerenciales en el sector privado a puestos de alto rango en el sector público y viceversa. En Argentina, este modo de traspasos no está suficientemente regulado.
En resumen, se trata de un sector social de actores influyentes pero invisibles.
Nuestra orientación y aclarando conceptos
Cuando decimos élites, la entendemos como expresión de poder, que en nuestro ámbito subcontinental se asocia con altos índices de desigualdad y escasos progresos fiscales. En nuestro país, por su trayectoria histórica, la vinculamos directamente a la clase propietaria, desde su afianzamiento hace ya un siglo y medio, a partir de un modelo de economía agraria caracterizado por la gran propiedad rural.
A medida que el Estado actuó decididamente en la economía, la élite económica practicó la “captura del Estado”: una creciente penetración de intereses privados en las esferas estatales, lo cual implica la coordinación entre sectores de actividad o grupos técnicos que representan intereses privados dentro del aparato estatal y en las decisiones de política pública.
Las corporaciones nacionales o extranjeras ejercen un poder multidimensional basado en recursos económicos, políticos, discursivos y sociales. Este poder contribuye al mantenimiento y reproducción de las desigualdades sociales.
Argentina se destacó por tener valores positivos en cuanto a satisfacción con la democracia y confianza institucional. Sin embargo, esto viene cambiando, reflejado en fenómenos como el de Milei, que expresa una reacción social ante el fracaso de la política para mejorar las condiciones de vida.
Gobiernos promercado facilitan la concentración de riqueza, dejando de lado objetivos como la reducción de la pobreza y la desigualdad.
Los empresarios poderosos se agrupan en asociaciones o a través de sus corporaciones como factores de poder con fuerte impacto en el Estado y sus políticas. La diferencia entre gobiernos populares y de libre mercado radica en el nivel de incidencia de intereses privados en el diseño de políticas públicas.
Medios masivos: una poderosa herramienta
Las élites ejercen influencia directa sobre los medios de comunicación en una práctica conocida como “captura de medios”. Utilizan tácticas que abarcan desde la censura hasta la propiedad de medios, la influencia de los anunciantes y el cabildeo reservado.
Los medios vulnerables dependen del dinero de grupos privados o estatales. Los medios privados desregulados y concentrados poseen un enorme poder de manipulación mediática.
Desde el desmantelamiento de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la concentración de medios se profundizó. Las debilidades institucionales garantizan incentivos para la captura por parte de las élites.
Las élites económicas y empresariales en acción
Adecuándose al gobierno de turno, las élites diseñan o condicionan las políticas económicas. Cuando colocan sus funcionarios en Hacienda, tienden a endeudar descontroladamente al país. Esta deuda se utiliza luego para fugar capitales al exterior.
En Argentina, las élites no invierten, sino que transfieren ingresos sin generar capital productivo. Este ciclo de endeudamiento y fuga imposibilita el desarrollo nacional.
Además, ejercen influencia a través de think tanks, universidades, fundaciones, entre otros, condicionando decisiones corporativas, gubernamentales y sociales.
Ante la llegada al poder de gobiernos populares que alteran la toma de decisiones, las élites emprenden ofensivas mediante sus medios, el poder judicial y herramientas económicas como el alza injustificada de precios o corridas cambiarias.
Este proceder impide la estabilidad y la construcción de políticas nacionales a largo plazo. Las élites no muestran propuestas a futuro ni modelos productivos, sino una conducta especulativa y de corto plazo.
El cuento del Gran Bonete
El discurso liberal estigmatiza a ciertos grupos sociales, pero no aborda la acumulación desmedida de riqueza ni los privilegios empresariales, ni prácticas como la fuga de capitales o la evasión fiscal.
Las élites especulan con el capital financiero en lugar de invertir. No son responsabilizadas por la crisis, que suele atribuirse a otros actores como los populistas o “la política”.
La clase dirigente forma capitales en el exterior y presiona al Estado para beneficiar sus intereses mediante regulaciones favorables, modificaciones del tipo de cambio y ocultamiento del debate distributivo.
Controlan la mentalidad aspiracional de parte de una clase media que, a pesar del deterioro de sus condiciones, sigue identificándose con los valores elitistas.
Algunas observaciones finales
La élite económica argentina, representada por diversos actores locales e internacionales, como el Foro Llao Llao, el World Economic Forum o la Amcham, despliega una capacidad de presión que condiciona al poder político.
Aunque hay divisiones internas entre sectores con distintos intereses, la élite actúa coordinadamente cuando siente amenazado su poder, pero su voz no se traduce en proyectos nacionales a largo plazo.
Cuando acceden al poder, no estabilizan la economía ni evitan crisis. A pesar del potencial argentino con recursos estratégicos y capital humano, no existe ningún intento por desarrollar un modelo sustentable.
Su agenda parece ser el extractivismo ilimitado, la valorización financiera y la subordinación al FMI. Incluso cuando estas políticas perjudican sus propios intereses empresariales, mantienen su respaldo a los gobiernos antipopulares.
No hay voluntad de diálogo ni disposición para admitir regulaciones. La élite actúa con soberbia, desentendida del progreso colectivo.
Mientras acumulan ganancias financieras, sus empresas pierden valor real. Aun así, internacionalizan sus estructuras para evitar controles fiscales, consolidando así su poder por encima del Estado.
El gobierno de Milei, como instrumento de estas élites, implementa reformas que reducen el Estado social sin alterar los privilegios empresariales ya consolidados.
Conclusiones
La falta de un proyecto político por parte de las fuerzas tradicionales abrió la puerta a opciones extremas que agravan la regresión nacional.
Las élites siempre estarán, pero el desafío radica en democratizarlas, introducir dirigentes populares y promover una renovación que permita diseñar políticas inclusivas y estables.
Si las élites no admiten esta integración, y persisten en respaldar modelos autoritarios y excluyentes, el país podría encaminarse hacia la desintegración social e institucional.
La falta de visión a largo plazo, la especulación constante y la internacionalización de su poder, colocan a las élites argentinas como verdaderas saboteadoras del progreso nacional. La solución requiere líderes enérgicos provenientes de clases medias y bajas, que ofrezcan nuevos enfoques y respondan a las necesidades del conjunto de la comunidad.