La movilización a Plaza de Mayo en apoyo a Cristina Kirchner representa un desafío para el gobierno de Javier Milei. Con la exmandataria ausente, la convocatoria se centra en la defensa de su liderazgo y la denuncia de proscripción política. La seguridad se refuerza ante tensiones políticas en el entorno actual.
Movilización por Cristina Kirchner: entre la tensión política y el operativo del Gobierno
La movilización masiva a Plaza de Mayo en respaldo a Cristina Kirchner se transformó en un nuevo test para la administración de Javier Milei. La magnitud del acto, la ausencia de la exmandataria y la construcción de un operativo conjunto entre Nación y Ciudad dejaron entrever las tensiones internas del oficialismo, la capacidad real de control territorial del Gobierno y el agitado clima político que rodea el cumplimiento de la condena de la figura más gravitante del peronismo.
Durante la mañana ya se desplegaba un importante número de efectivos de Gendarmería Nacional y Policía Federal en las inmediaciones de la Casa Rosada. Los funcionarios de Seguridad reconocen un escenario de alta sensibilidad: estiman que se trata de la movilización más numerosa de los últimos años, con cientos de miles de personas desbordando el centro porteño, lo que obliga a multiplicar los esfuerzos de contención aún ante pronósticos optimistas de calma.
La decisión de que Cristina Kirchner no estuviera físicamente presente fue clave para descomprimir parte de la presión logística y simbólica. La ex presidenta comenzará a cumplir su condena en su residencia de Constitución, un dato que desactivó la idea original de una caravana desde allí hasta Comodoro Py. La convocatoria terminó confluyendo exclusivamente en Plaza de Mayo, con un mensaje claro desde el kirchnerismo: el respaldo al liderazgo de CFK y la denuncia vehemente de una supuesta proscripción política.
El Gobierno nacional activó su respuesta con una articulación entre la ministra Patricia Bullrich y su par porteño Horacio Giménez. Al ritmo de una tensión latente, diseñaron un esquema de seguridad que reparte responsabilidades: los primeros dos anillos de contención en Plaza de Mayo bajo mandato nacional y un tercer anillo gestionado por autoridades de la Ciudad. Para evitar traslados innecesarios, Bullrich comandó el operativo desde Gelly y Obes, mientras dejaba espacio para una potencial coordinación presencial con el área metropolitana.
En paralelo, Javier Milei siguió el desarrollo desde Olivos. El Presidente no quiso exponerse, ni siquiera con presencias simbólicas. Solo se previó una conferencia de prensa desde Casa Rosada a cargo del vocero Manuel Adorni, la primera del mes. Todo el aparato político libertario optó por un bajo perfil, convencido de evitar enfrentamientos y capitalizar cualquier desborde que pudiera producirse por iniciativa de sectores kirchneristas.
Desde el cristinismo, sin embargo, se buscó evitar provocaciones. Máximo Kirchner y Mayra Mendoza insistieron en la necesidad de una movilización “pacífica”, conscientes no solo del simbolismo, sino también del riesgo de ser señalados de promover el caos. La Cámpora cerró filas con un mensaje beligerante hacia el oficialismo. Ante denuncias de requisas en rutas nacionales a micros de militantes, lanzaron una advertencia con tono militante: “Las intimidaciones nos importan un carajo”. La frase revela más que la bronca del momento: marca un cierre de filas político ante un gobierno que consideran hostil y un Poder Judicial que desacreditan completamente.
La estrategia de Bullrich apuntó a una presencia preventiva también en zonas clave como Comodoro Py, Congreso y accesos a la Ciudad. Si bien las organizaciones oficialistas minimizaron el riesgo de conflictos, fuentes de Gendarmería aseguraban que estaban “preparados ante cualquier directiva del Ministerio”. El despliegue incluyó personal monitoreando los movimientos de militantes en micros, una práctica habitual en estas circunstancias, aunque con el particular trasfondo de la reciente reforma de la Policía Federal, reorientada hacia tareas federales con menor injerencia en conflictos de jurisdicción porteña.
El armado de un escenario en el centro de Plaza de Mayo —donde hablarían las figuras centrales de la convocatoria— y el vallado parcial sobre la Casa Rosada anticipaban el núcleo de tensiones. Organismos de seguridad explicaban que los accesos a la Capital y los puntos neurálgicos del interior también eran objeto de seguimiento. El Ministerio de Seguridad articuló con la jefatura porteña un comando unificado, como si se tratara de un operativo anti-disturbios de alta categoría.
Lo que distingue a esta movilización es su carácter estrictamente político. No se encuadra en una fecha simbólica ni está motivada por demandas sociales concretas. Es, ante todo, una respuesta directa del Partido Justicialista como estructura partidaria a la condena de su principal líder electoral y política. En los hechos, funciona como un acto de reafirmación de Cristina Kirchner como centro de gravedad del espacio, incluso en ausencia y bajo arresto domiciliario.
No es la primera marcha grande desde que Milei asumió el poder. Pero es la primera convocada no por sindicatos ni por universidades, sino por la cúpula del peronismo en defensa de su líder. Y eso otorga al acto un valor político superior. El Gobierno, alineado en su mirada de confrontación constante, parece no subestimar esa lectura: dejó en claro que tomará nota de cada movimiento, aunque por ahora —y solo por ahora— prefiera que hablen los otros.