El levantamiento del cepo cambiario en Argentina se decidió tras un acuerdo con el FMI y con un primer desembolso de 12 mil millones de dólares. La medida, considerada arriesgada, busca estabilizar la economía en un contexto de fragilidad, mientras el oficialismo acelera su agenda parlamentaria ante una oposición en descontento.
El pacto con el FMI, el fin del cepo y una apuesta al todo o nada en la Casa Rosada
La decisión de levantar el cepo cambiario tomó forma el viernes por la noche, mientras en el primer piso de la Casa Rosada se celebraba la aprobación de un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. La escena: empanadas frías, celulares vibrando con mensajes de WhatsApp y una llamada inesperada que terminó de sellar la jugada. Jorge Luis Caputo, ministro de Economía, exhibió su teléfono con un mensaje de felicitación de Kristalina Georgieva. Javier Milei, entre exaltaciones y abrazos, lo instó a contestar con el sticker de su emblemático abrazo. La narrativa épica ya estaba en marcha.
Con un primer desembolso de 12 mil millones de dólares pactado para el martes, el presidente avanzó con la medida económica más arriesgada desde que asumió: el levantamiento del cepo al dólar. La decisión ya estaba tomada desde hace tiempo, aunque se mantuvo en un círculo restringido. Incluso engañaron a colaboradores internos y periodistas simpatizantes del espacio libertario para preservar el factor sorpresa. En paralelo, se aseguraban préstamos con el BID y el Banco Mundial por otros 6.100 millones de dólares con la promesa de completar el respaldo necesario para evitar sobresaltos financieros.
El clima festivo ocultaba una fragilidad latente. Los mercados se mostraban inestables, el Banco Central había perdido 798 millones de dólares en abril y el riesgo país superaba los mil puntos. En este contexto, una llamada desde Washington terminó de acelerar la maniobra: Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, expresó su intención de viajar a la Argentina. Para el Gobierno, su presencia era el aval simbólico que faltaba y una lectura tácita del apoyo de la Casa Blanca a la estrategia libertaria.
Milei y Caputo anticiparon que el nuevo esquema tendrá un corredor cambiario con un piso de $1.000 y un techo de $1.400. El tipo de cambio dejará de ajustarse en forma escalonada y flotará, sujeto a intervención del Banco Central cuando toque extremos. No se trata solo de una medida monetaria: se juega la estabilidad del modelo y la credibilidad política de la gestión.
La reacción inicial del mercado es incierta. Aunque en Balcarce 50 se manejan estimaciones sobre el precio de apertura del dólar el lunes, prefieren mantenerlas en reserva. Sin reservas significativas y con un superávit fiscal incipiente como principal argumento, el oficialismo busca imponer la idea de que esta vez será diferente. Repetir esa frase, incluso internamente, es parte de la estrategia discursiva.
El anuncio fue acompañado por una cadena nacional de 22 minutos grabada por el presidente. En los pasillos se celebraba el rating, se hablaba de un pico similar al de un superclásico, pero se omite que muchos televidentes fueron sorprendidos en sus programas habituales y luego cambiaron de canal. No fue la expectativa lo que empujó la audiencia, sino la irrupción en pantalla.
La oposición ya empieza a construir su relato frente al levantamiento del cepo. Cristina Kirchner anticipa un fracaso, más como un deseo estratégico que como una lectura técnica. Internamente, su liderazgo también empieza a crujir: Axel Kicillof decidió adelantar las elecciones provinciales en desacuerdo con su mentora, y la mayoría de los intendentes bonaerenses respalda al gobernador. La ex presidenta evalúa competir en la Legislatura bonaerense, hoy apodada “la caja de los Chocolates”. El reposicionamiento de su figura desde ese lugar habla más de resistencias que de convicciones.
Frente a esto, el oficialismo acelera su agenda parlamentaria. El borrador que circula en el entorno de Milei tiene unas 35 propuestas, diseñadas en términos polémicos y simbólicos, para instalar temas que mantengan la iniciativa. El emblema será una profunda reforma migratoria, que incluiría restricciones al acceso a la residencia, obtención del pasaporte y uso de servicios públicos. “Queremos que el que delinque sepa que será expulsado del país”, deslizan fuentes cercanas al núcleo duro del Gobierno.
No descartan que esa iniciativa salga por decreto. La consideran popular, eficaz y difícil de rechazar incluso para sectores de la oposición. El rastreo de opiniones mediante focus groups muestra que la inmigración irregular se percibe como un problema transversal. Esto explica por qué el proyecto avanza a paso firme. La creación de una visa de inversión que permitiría acceso rápido al pasaporte también refleja una lógica de “mérito económico” con un fuerte sesgo ideológico.
La Casa Rosada apuesta a capitalizar el momentum político en medio de un escenario económico inestable. La narrativa del sacrificio necesario convive con la necesidad de mostrar resultados. En ese tablero, el oxígeno no lo da tanto el FMI como el humor de los mercados y la tolerancia social a los ajustes. Saben que se juegan el Gobierno con la salida del cepo. Lo dicen sin eufemismos. De ahí que todo se lea en clave de supervivencia. Porque si el modelo falla, no habrá stickers ni cadenas nacionales que lo salven.