Una multitud de fieles en La Plata conmemora a la Virgen de Luján, patrona de Argentina, en una masiva procesión. Este evento, que une generaciones y comunidades, va más allá de lo religioso, reafirmando su rol como símbolo identitario en un contexto social y político complejo. La fe fortalece la conexión comunitaria.
La fe copó las calles: masiva procesión por la Virgen de Luján en La Plata
Una multitud de fieles platenses se congregó en el corazón del barrio de 60 entre 27 y 28 para conmemorar un nuevo aniversario de la consagración de la Virgen de Luján como patrona de la Argentina. La procesión, realizada durante la tarde, no fue solo un acto de fe: se convirtió en una potente manifestación identitaria y social que unió generaciones, instituciones educativas y vecinos detrás de una figura religiosa que excede lo litúrgico y alcanza a lo nacional.
El 8 de mayo de 1887, el papa León XIII coronó a la Virgen como “Nuestra Señora de Luján”, estableciendo su patronazgo oficial sobre la feligresía argentina. Más allá del acto eclesial, la fecha quedó inscripta en la memoria colectiva como momento fundacional de una devoción que traspasó los muros de la Iglesia, consolidándose como símbolo popular y político. En 1944, el Poder Ejecutivo ya la había designado patrona de las rutas del país. Dos años después, fue adoptada como protectora de la Policía Federal y, en 1948, de los ferrocarriles. Una tríada simbólica que une movilidad territorial, seguridad estatal y trabajo —nada más y nada menos que los pilares del proyecto nacional clásico— bajo el manto de una virgen.
Entre los presentes se destacaron alumnos y docentes de los colegios San Pío X y Santa Teresa de Jesús, quienes marcharon junto a familias enteras movilizadas por una mezcla de espiritualidad, tradición escolar y pertenencia barrial. El recorrido incluyó las calles 60 y 58, por donde avanzó la columna sin apuro, pero con una convicción que reavivó la discusión sobre el lugar público de la religión en un país petrolizado por debates ideológicos cruzados entre lo laico y lo tradicional.
En un año marcado por decisiones eclesiásticas que impactan de lleno en la arena política internacional —como la designación del nuevo papa León XIV, considerado por los observadores como heredero directo del diálogo propuesto por Francisco—, el protagonismo social de la Virgen de Luján revalida su potencia como elemento integrador. Estos actos no son simplemente devocionales; son también una lectura del presente desde el arraigo, en un contexto atravesado por la fragmentación social, el repliegue comunitario y la deslegitimación de las representaciones masivas.
El evento, más allá de la mística religiosa, también lleva consigo un trasfondo político. La presencia activa de parroquias, colegios católicos y grupos vecinales vuelve a colocar a la Iglesia en un rol articulador de la vida comunitaria, algo que contrasta con la creciente desconexión de los espacios estatales con ciertos territorios. Frente al avance de modelos de gestión que priorizan la tecnocracia o el ajuste, estas iniciativas recuperan una narrativa de cercanía, presencia física y rituales populares cargados de simbolismo.
La procesión por la Virgen de Luján deja expuestas varias capas de lectura: la persistencia de una Argentina profundamente marcada por las tradiciones católicas, la centralidad de las instituciones formativas en ese tejido sociocultural, y el hecho —no menor— de que en tiempos de inestabilidad, la fe actúa como dispositivo de pertenencia y refugio.
Habrá quienes vean en este tipo de actos una nostalgia no racionalizable, pero basta ver el impacto que tienen en la planificación barrial, en la percepción de seguridad subjetiva y en el anclaje barrial cotidiano para entender que el catolicismo argentino, lejos de perder su influencia como algunos analistas auguraban, se adapta, refugia y renace desde lo comunitario. Y en eso, la Virgen de Luján sigue siendo más que una imagen: es un vector cultural profundo que condensa historia, política e identidad nacional.