La elección de León XIV como Papa revela una conexión profunda con Argentina, forjada junto a Jorge Bergoglio. Su enfoque pastoral podría revitalizar el vínculo entre el Vaticano y un país en crisis, generando esperanzas de reconciliación y participación más activa de la diplomacia vaticana en Sudamérica.
León XIV y Argentina: vínculos profundos más allá del Vaticano
Pese al hermetismo habitual del Vaticano, la elección de León XIV como nuevo Papa dejó en evidencia una relación estrecha y sostenida con Argentina marcada por la afinidad con Jorge Bergoglio y una implicación pastoral activa. Lejos de ser una figura distante, Robert Prevost –actual sucesor de Pedro– consolidó su influencia en América Latina años antes de asumir el pontificado, forjando una historia compartida que ahora toma nueva relevancia en la política eclesiástica global.
El vínculo con el país sudamericano no responde a un gesto protocolar. Durante sus años como prior general de los agustinos, Prevost no solo viajó varias veces a Buenos Aires, sino que optó por alojarse en la Casa del Clero. Allí, en encuentros privados con el entonces arzobispo Bergoglio, ambos compartieron una visión similar: una Iglesia con opción preferencial por los pobres, con coherencia evangélica y un fuerte compromiso con la realidad social. La conexión no fue pasajera; el norte teológico y pastoral de ambos parece hoy parte del legado que busca recuperar o incluso profundizar el ahora León XIV.
Dentro de la estructura eclesial argentina, los recuerdos y gestos de cariño hacia el nuevo Papa son más que anecdóticos. Alberto Bochatey, actual obispo auxiliar de La Plata, no duda en atribuirse parte del mérito de haber traído a Prevost en 2013 para su ordenación. Ese viaje dejó huella en la Iglesia local, especialmente por la misa que ofició en el Colegio San Agustín y la naturalidad con la que se movía entre los fieles, sin pretensiones ni ropajes de elite clerical.
Pero más allá del anecdotario, la política vaticana está mirando hacia América Latina con renovado interés. La elección de León XIV se leyó en algunos sectores como la continuidad de una línea bergogliana, pero dotada de mayor capacidad ejecutiva en una Curia todavía reticente a reformas de fondo. Su paso por Perú, como obispo de Chiclayo, consolidó esa impronta pastoral: cercanía con la gente, praxis concreta, escucha activa y una espiritualidad alejada del boato que aún tienta a muchos sectores tradicionales.
La Iglesia argentina, que aún atraviesa desafíos internos y una marcada fragmentación en torno a los ejes de conducción pastoral, encuentra en León XIV una figura de convergencia simbólica. Su relación directa con Bergoglio, sumada al conocimiento profundo que tiene de la realidad local, lo coloca en una posición singular para ser intermediario en procesos de reconciliación eclesial o incluso en terrenos más complejos, como el diálogo interinstitucional con un gobierno nacional de características disruptivas.
La posibilidad de una visita papal no es una idea lejana. Algunos sectores episcopales ven en este nuevo pontificado una oportunidad para relanzar el vínculo entre el Vaticano y una Argentina políticamente convulsionada, socialmente frágil y religiosamente a la defensiva. León XIV podría representar la figura que medie entre una Iglesia dividida y un Estado que, en ciertos tramos, se ha alejado de sus pactos históricos con la estructura católica.
Las autoridades católicas locales ya hicieron llegar su beneplácito por la “disponibilidad generosa al servicio del Pueblo de Dios”, en sintonía con el tono pastoral que marcó la elección. Aunque sin menciones explícitas a futuros movimientos, se percibe un guiño tácito a que esa “disponibilidad” pueda materializarse en una mayor participación de la diplomacia vaticana en Sudamérica.
El tiempo dirá si León XIV logra mantener el equilibrio entre las presiones internas del Vaticano y las tensiones geopolíticas del continente. Lo cierto es que Argentina ya no es una página secundaria en su historia personal. Es, en todo caso, el prólogo de un liderazgo que desde Roma observa con atención, pero sin distancia, a un país que fue escenario de sus primeras batallas pastorales.
En la espesura de la política interna eclesial, quienes conocieron a Prevost de cerca lo describen como un hombre sin dobleces, con pensamiento profundo y vocación por el diálogo. Esa reputación, sumada a su experiencia agustiniana, lo posiciona como un pontífice que podría reordenar viejas pugnas ideológicas en clave de sinodalidad real, más allá de la retórica.
Con León XIV, los vínculos entre el Vaticano y Argentina adquieren otra densidad: no se trata de gestos diplomáticos, sino de trayectorias compartidas que moldean un proyecto de Iglesia al que muchos miran con esperanza, otros con recelo, pero ninguno con indiferencia.