Donald Trump, figura polarizadora en la política estadounidense, ha mantenido su influencia tras su presidencia, alimentando una narrativa que desafía instituciones democráticas. Su uso de redes sociales y el término “fake news” han amplificado desconfianza. Este fenómeno plantea retos para las democracias y la cohesión social en el futuro.
La construcción de un relato polarizador
La figura de Donald Trump, ex presidente de los Estados Unidos, sigue ocupando un lugar central en la agenda política norteamericana y global. Durante y después de su mandato entre 2017 y 2021, su estilo comunicacional y su relato político han estado marcados por una narrativa que combina elementos profundamente divisorios y un cuestionamiento constante de las instituciones democráticas. Este enfoque, caracterizado por el rechazo a los medios de comunicación tradicionales, la desconfianza en el sistema electoral y el uso intensivo de redes sociales, ha capturado tanto la atención como el apoyo de millones de estadounidenses. Pero ¿cómo se construye un relato que, a pesar de las controversias, logra mantener un respaldo significativo?
Trump se convirtió en el símbolo máximo de una corriente populista que interpela directamente a sectores que se sienten alejados de las élites políticas y culturales del país. Su discurso apunta a conectar con esas emociones, ofreciendo un relato de victimización colectiva donde también se identifica a los “enemigos” del pueblo. Entre los blancos favoritos del expresidente se encuentran la prensa, el sistema judicial, y más recientemente, las Big Tech, corporaciones como Twitter y Facebook que limitaron su alcance tras los disturbios del Congreso el 6 de enero de 2021.
El 6 de enero y la persistencia de las elecciones
Los disturbios en el Capitolio el 6 de enero de 2021 marcaron un punto de ruptura en la historia moderna de los Estados Unidos. Las imágenes de una multitud enfurecida irrumpiendo en un símbolo de la democracia estadounidense estremecieron al mundo entero. Este acontecimiento fue alimentado por semanas de afirmaciones infundadas de fraude electoral tras las elecciones de noviembre de 2020, en las que Trump fue derrotado por Joe Biden. El propio Trump alentó varias de estas afirmaciones, calificando las elecciones como un “robo” a escala masiva. A pesar de las múltiples certificaciones locales y la ausencia de pruebas contundentes, la narrativa del “fraude” se propagó rápidamente entre sus seguidores.
El papel de Trump en estos hechos ha generado un debate amplio sobre sus responsabilidades como líder político. Meses después, continúan las investigaciones tanto en el Congreso como en distintos niveles judiciales sobre la cadena de eventos que llevaron al asalto al Capitolio. Al mismo tiempo, Trump sigue manteniendo que la elección fue injusta, consolidando un relato que ha dividido profundamente a la sociedad estadounidense. ¿Cómo se explica que una narrativa sin sustento jurídico mantenga su impacto sobre un sector considerable de la población?
Los medios, la verdad y la posverdad
Para Trump, la relación con los medios de comunicación ha sido, desde el principio, una estrategia central en su construcción discursiva. Acuñando el término “fake news” para etiquetar a las grandes cadenas de noticias que criticaban su gestión, Trump logró poner en duda la credibilidad de medios históricamente reconocidos como CNN, The New York Times y The Washington Post. La expresión se transformó rápidamente en un arma retórica utilizada por sus seguidores no sólo contra los medios, sino también contra cualquier fuente que presentara cuestionamientos hacia su figura.
Esta estrategia comunicativa se inscribe dentro del fenómeno global de la posverdad, donde los hechos verificables muchas veces ceden terreno a narrativas emocionales. Para muchos, Trump representa una figura que “dice las cosas como son”, aunque estas afirmaciones puedan entrar en conflicto con la realidad o los datos comprobables. En un contexto donde las redes sociales son el principal canal de información para muchos ciudadanos, el poder de estas narrativas parece amplificarse aún más. Sin embargo, surge una pregunta inevitable: ¿quién decide qué es verdad y qué es manipulación en un ecosistema informativo tan fragmentado?
Las interrogantes sobre el futuro político
A pesar de haber dejado la Casa Blanca en enero de 2021, Donald Trump continúa siendo una figura de influencia clave dentro del Partido Republicano y en la política estadounidense. Su constante presencia en mítines, redes sociales y reuniones políticas indica que el ex presidente no tiene intención de alejarse del protagonismo. Además, ha mantenido insinuaciones sobre una posible candidatura para las elecciones de 2024, lo que podría plantear un escenario polarizador para los próximos años.
El impacto de su liderazgo y las divisiones exacerbadas por sus narrativas plantean importantes desafíos para el sistema democrático en los Estados Unidos. Líderes dentro del mismo Partido Republicano se enfrentan a la decisión de seguir alineados con la figura de Trump o tomar distancias. Al mismo tiempo, décadas de confianza en las instituciones electorales y democráticas podrían estar en juego si las narrativas de desconfianza persisten.
Un fenómeno global
El caso de Trump no es exclusivo de los Estados Unidos. En distintas partes del mundo, figuras políticas han adoptado relatos polarizadores para canalizar descontento social y desafiar a las instituciones tradicionales. Desde Europa hasta América Latina, el descontento con la globalización, las élites y los medios masivos se ha convertido en un terreno fértil para figuras que, como Trump, construyen discursos basados en verdades parciales, emociones exacerbadas y enemigos claramente identificados.
Sin embargo, surge un interrogante crucial: ¿es sostenible este modelo de liderazgo a largo plazo? La experiencia estadounidense, con sus profundas divisiones sociales y políticas tras cuatro años de mandato de Trump, ofrece una oportunidad para reflexionar sobre los límites y las consecuencias de este tipo de narrativas. ¿Qué sucede cuando un discurso, más allá de las intenciones políticas, normaliza la desconfianza y debilita la cohesión social?
El peso de las redes sociales en el relato
La relación entre Donald Trump y las redes sociales fue simbiótica y, a la vez, conflictiva. Durante su presidencia, Twitter se convirtió en su plataforma favorita para comunicarse, saltándose intermediarios como los medios de comunicación tradicionales. Desde allí, emitía declaraciones políticas, opiniones y críticas de forma directa, alcanzando a millones de personas en tiempo real. No obstante, las restricciones impuestas por las plataformas digitales tras los eventos de enero de 2021, incluidas la suspensión de su cuenta de Twitter, marcaron un cambio importante.
En este contexto, vale la pena evaluar el papel de las tecnologías en la amplificación o moderación de discursos polarizantes. Si bien la censura de algunas cuentas puede considerarse una herramienta para frenar la desinformación o los llamados a la violencia, también abre un debate sobre los límites de la libertad de expresión en el ámbito digital. ¿Hasta qué punto son responsables las redes sociales por el contenido que circula en ellas? ¿Qué equilibrio se debe buscar entre la regulación y el respeto por los derechos individuales?
Conclusión abierta
El fenómeno Trump sigue generando interrogantes a nivel político, social y cultural. Más allá de las figuras políticas, el caso plantea cuestiones fundamentales sobre el futuro de las democracias modernas, la relación entre el ciudadano y las instituciones, y el efecto de las tecnologías en la construcción del relato público. En un escenario donde las verdades absolutas parecen cada vez más difusas, la cuestión central permanecerá: ¿cómo encontrar un equilibrio que permita el debate democrático sin comprometer la cohesión ni la credibilidad institucional?