Las elecciones del 18 de mayo en CABA son cruciales para definir un modelo político entre la improvisación y una agenda legislativa técnica. El candidato Yamil Santoro destaca por su enfoque ético y propuestas coherentes, desafiando a un sistema dominado por la superficialidad. La elección marcará el futuro de una política centrada en el conocimiento.
Elecciones en CABA: entre el continuismo autocomplaciente y una política con sustento técnico
El 18 de mayo, la Legislatura porteña será el escenario de una elección decisiva para el modelo político que regirá la Ciudad de Buenos Aires. El dilema no pasa ya por izquierda o derecha, oficialismo u oposición, sino por algo más profundo: elegir entre un sistema que ha hecho de la improvisación una tradición o abrir paso a una agenda legislativa guiada por la preparación, la coherencia ideológica y el compromiso democrático real. En un panorama donde la retórica vacía y la gestualidad han reemplazado al argumento, determinadas candidaturas se destacan por ofrecer algo inusualmente escaso en la política local: contenido.
El reciente debate televisado entre candidatos dejó al descubierto la pobreza discursiva generalizada entre los principales contendientes. Con 17 aspirantes participando, la mayoría se inclinó por el guión habitual: chicanas, slogans trillados, analogías de dudosa validez con el fútbol o la farándula y un pobre manejo del andamiaje legislativo real. En ese entorno, las propuestas sólidas y los diagnósticos fundamentados brillaron por su rareza. Sin embargo, una intervención sobresalió en forma y fondo: la del candidato liberal Yamil Santoro, de Unión Porteña Libertaria, quien presentó propuestas con sustento técnico, acompañado de un tono sobrio y una argumentación consistente, lejos del espectáculo.
Lo distintivo en el enfoque de Santoro no fue sólo su contenido técnico sino su posicionamiento ante un episodio sensible: la presencia en el debate de un referente de un partido vinculado con el neonazismo. Mientras muchos dirigentes evitaron el tema, Santoro lo enfrentó sin titubeos, dejando expuesta la hipocresía de quienes se autotitulaban guardianes morales del republicanismo. El gesto, en apariencia menor, marcó una distancia cualitativa con el promedio de sus competidores: mostró no sólo capacidad legislativa, sino integridad ética.
Esta elección reviste una importancia estratégica porque la Legislatura porteña no es una caja de resonancia simbólica. Define políticas concretas que afectan la vida urbana: seguridad, educación, espacio público, desarrollo económico, vivienda, transporte y derechos individuales. Un cuerpo legislativo eficiente puede ser el motor de una ciudad moderna, ordenada y plural. Pero cuando las bancas se ocupan con improvisados, oportunistas o candidatos de marketing, el resultado es una legislatura estéril dominada por la lógica del acomodo y la obediencia partidaria. Ese es el telón de fondo sobre el que se juegan los comicios porteños.
En esa encrucijada surge una premisa incómoda pero inevitable: el carisma no alcanza. La política argentina ha desterrado el conocimiento como criterio para ocupar cargos públicos. La simpatía televisiva o la habilidad declamatoria han reemplazado a la formación técnica o la experiencia en gestión legislativa. Esa deriva produce cuerpos legislativos precarios, incapaces de generar políticas públicas de calidad e incluso de oponer resistencia sensata a los desvaríos del Ejecutivo. En consecuencia, la ciudadanía percibe a sus instituciones como plataformas para consignas y no como espacios de mejora real de su vida cotidiana.
El liberalismo que plantea Santoro se opone a esta lógica, no sólo desde la filosofía sino desde su técnica legislativa. Se alinea con pensadores como Hayek, Berlin o Jason Brennan, que entienden la libertad como una construcción institucional que limita el poder estatal y protege la autonomía individual. En esa línea, impulsar un parlamento plural, técnicamente formado, con capacidad de frenar desbordes autoritarios y acompañar reformas racionales, es una apuesta institucional clave. La defensa de esa perspectiva cobra más valor cuando también enfrenta dogmas progresistas o conservadores que restringen la diversidad con el pretexto de la corrección ideológica.
Las fuerzas más tradicionales —tanto del oficialismo como de la oposición— han optado por refugiarse en la narrativa del miedo, caricaturizando cualquier posición liberal como un salto al vacío anarquista o una amenaza a los derechos sociales. Esta simplificación empobrece el debate e impide comprender que un Estado eficiente no es uno omnipresente, sino uno que se enfoque en lo esencial: justicia, seguridad, infraestructura, salud, educación y marco legal. Que no interfiera donde no debe, pero que esté a la altura donde su presencia es irrenunciable.
Buena parte del descrédito de la política argentina se alimenta justamente de ese vacío. Legisladores que no conocen la ley, que improvisan discursos o replican bajadas de línea sin análisis. Esa desconexión deja abierta la puerta al populismo más burdo y al resentimiento social. Por eso, esta elección es menos una disputa por nombres que una señal de rumbo. ¿Queremos legisladores o influencers con credenciales electorales?
Un sistema democrático sólo se robustece con pluralismo institucional, con minorías activas que incomoden al poder y generen control. La Legislatura porteña ha sido históricamente un bastión del oficialismo de turno, con escasos contrapesos reales. Sin oposición sólida, no hay calidad institucional; sin técnicos, no hay planificación; sin debate ético auténtico, no hay bien común. La Argentina ya ha pagado caro la frivolización de sus esferas públicas. Buenos Aires puede poner el primer ladrillo en la reconstrucción de un sistema basado en la capacidad y no en el rating.
El 18 de mayo, cada voto en CABA definirá no sólo qué nombres entran a la Legislatura, sino qué tipo de política sobreviva: la de los micrófonos o la de los proyectos; la de la consigna o la del conocimiento. Ese es el núcleo del debate que pocos quieren dar, pero que será el verdadero legado del comicio.