La movilización por Cristina Fernández evidencia la persistente capacidad del peronismo para desafiar al gobierno de Milei, que enfrenta crecientes tensiones económicas y sociales. Sin un proyecto claro, el peronismo arriesga convertirse en oposición testimonial, mientras la crisis podría impulsar nuevas articulaciones políticas. La calle sigue siendo crucial para el descontento.
La oposición a Milei y la necesidad de un proyecto a la altura de la historia
La marcha por Cristina Fernández de Kirchner mostró que el peronismo aún conserva una capacidad de movilización que puede funcionar como señal de alerta para el gobierno de Javier Milei. Ni la prisión domiciliaria ordenada por la Justicia logró disuadir una concentración multitudinaria que dejó expuesto el malestar social con el rumbo económico y la falta de representación política. A horas del fallo contra la ex presidenta, miles llegaron desde distintas provincias para ocupar la Plaza de Mayo en una escena que combinó mística militante con un creciente temor al avance judicial.
Desde su departamento, inhabilitada de por vida para cargos públicos, Cristina desplegó un nuevo método de contacto con las bases: habló desde un teléfono, en vivo, a través del celular de un colaborador. El mensaje, resistido por sus detractores y codificado por sus seguidores, tuvo una frase que perforó todo: “El verdadero poder económico sabe que este modelo se cae y por eso estoy presa”. Con esa declaración, CFK no solo denunció persecución, sino que definió el escenario central para el peronismo: o reorganiza su proyecto político o se resigna a ser oposición testimonial.
Mientras tanto, los datos económicos del propio INDEC y otras consultoras privadas muestran las fisuras del modelo libertario. Con importaciones en alza, exportaciones en caída (–7,4% interanual), una clase media que se vuelca en masa a viajes al exterior y un mercado laboral en retroceso, Milei enfrenta el dilema que otros ya vivieron: el ajuste tiene un límite político. La desocupación trepó al 7,9%, con un récord de 19,2% entre mujeres jóvenes. Se trata del mismo electorado que lo acompañó con fuerza en las presidenciales y que ahora empieza a recibir el peso de las consecuencias.
Los jueves y viernes de disturbios sindicales, despidos y empresas cerradas están planteando un nuevo foco de tensión. Clariant, Morvillo, Futura, Seco, Molinos Río de la Plata y Lácteos Verónica son apenas algunos ejemplos concretos. La realidad empuja al peronismo a correr su eje de la mera crítica a la construcción: necesita una oferta concreta que articule demandas sociales con viabilidad política.
Ese 18 de junio, marcado por el fallo de la Corte Suprema, bien puede convertirse en un punto de quiebre. Puede ser el acto de homenaje a una líder que marcó una época o puede significar el emergente de una oposición dispuesta a reagruparse sin anclarse solo en la nostalgia. La Corte conecta el destino de CFK con el de Lula, quien no dudará en mostrarse con ella cuando viaje a Buenos Aires. El Plan Milei no solo enfrenta obstáculos internos; las señales diplomáticas, particularmente con Brasil y los BRICS, empiezan a ubicar a la Argentina en un juego geopolítico incómodo.
En paralelo, el ex presidente brasileño buscará revalidar su liderazgo regional en una Buenos Aires convulsionada. Desde el Grupo de Puebla, el peronismo articuló rápidamente para asegurarse una foto que exprese solidaridad, pero sobre todo potencie el reclamo contra la “judicialización de la política”. En ese tablero internacional, Cristina vuelve a situarse como figura central en un movimiento continental que disputa con la derecha organizada en foros alternativos como la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC).
Desde el círculo rojo local, sin embargo, algunos sectores ven la inhabilitación como una oportunidad para empujar a un peronismo “moderado” que garantice la continuidad del orden de mercado sin las tensiones del kirchnerismo. La ‘peruanización’ del sistema político —sugerida por Pichetto como advertencia— propone un escenario de permanente judicialización para quien ose desafiar el statu quo. La Justicia como nuevo eje de poder consolidado pone límites claros a las mayorías electorales, alimenta la antipolítica y domestica a las nuevas oposiciones.
Entre el descrédito de las instituciones y el escepticismo social, la dirigencia política enfrenta un problema de legitimidad real. Un estudio de Equipo Mide señala que el 56% de quienes no votan lo hacen por rechazo directo al sistema político. A ellos apunta el peronismo en su búsqueda de representar a los desertores del voto, a los decepcionados del mileísmo inicial que hoy perciben en la crisis la estafa del sueño libertario.
El regreso del protagonismo de Máximo Kirchner, las tensiones con Axel Kicillof y las maniobras en el conurbano forman parte de esa pulseada interna que aún no resuelve si habrá conducción clara o dispersión crónica. Ninguna de las soluciones aparentes parece ser suficiente por sí sola. Sin proyecto, sin candidato competitivo y sin estrategia común, la posibilidad de capitalizar el desgaste del oficialismo se licua. La calle, como en otras etapas de la historia argentina, vuelve a ser el termómetro inmediato del descontento. Pero también el lugar en donde se incuban nuevas formas de articulación que pueden ser decisivas en el futuro próximo.