La Ciudad de Buenos Aires experimentó temperaturas históricas de -1,9 °C, el récord más bajo desde 1991. Esta ola polar afecta gravemente al país, con alertas de frío extremo y riesgos para la salud pública. La ineficiencia estatal frente a la crisis climática expone la vulnerabilidad de las comunidades.
Récord histórico de frío en Buenos Aires: señales de una ola polar sin precedentes
El termómetro en la Ciudad de Buenos Aires marcó este miércoles una temperatura mínima de -1,9 °C, el registro más bajo desde 1991. No se trata solo de una estadística curiosa ni de una anécdota por redes sociales: el fenómeno climático se enmarca en un contexto crítico de ola polar que afecta con severidad a casi todo el país, con consecuencias que van desde alertas meteorológicas hasta escenarios de riesgo para la salud pública.
El dato fue confirmado por el Servicio Meteorológico Nacional, que también reportó una temperatura de -7,4 °C en El Palomar, una localidad del conurbano bonaerense, la segunda marca más baja desde 1935. El récord histórico en esa zona aún pertenece a junio de 1967 con -8 °C. En paralelo, localidades del sur del país, como Maquinchao en Río Negro, amanecieron este miércoles a -12 °C, consolidando una imagen de congelamiento casi total a nivel nacional.
La capital no registraba temperaturas tan extremas desde 1991, cuando el Observatorio Central midió -2,1 °C. Aquella vez en los años noventa, se discutía en los márgenes políticos sobre eficiencia energética y la dependencia del gas. Hoy, el frío golpea en medio de un escenario económico igualmente complejo, con sistemas de calefacción hogareños precarios y una infraestructura energética que sigue dependiendo peligrosamente de fuentes tradicionales.
Lejos de circunscribirse a un evento meteorológico, la ola de frío adquiere implicancias estructurales. El gobierno nacional lanzó una alerta roja por frío extremo en cuatro provincias: Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz. Las advertencias más severas apuntan a temperaturas mínimas debajo de los -10 °C, en regiones donde el acceso a calefacción no está garantizado de manera uniforme. El pronóstico no da alivio inmediato: se espera que las bajas temperaturas persistan junto a una combinación de lluvias, heladas y nevadas que complican aún más la situación en vastas zonas rurales y urbanas.
En medio de ese escenario, se multiplican los reportes ciudadanos que muestran autos cubiertos por escarcha, jardines congelados y termómetros caseros que marcan por debajo de los -2 °C. Las redes sociales reflejan una Argentina que se despierta con agua congelada en las canillas, viandantes cubiertos como en plena Siberia y una población que, cansada del eterno retorno de emergencias climáticas, enfrenta la ineficiencia del Estado en materia de prevención.
Las cifras históricas ponen en contexto la gravedad del momento. El 9 de julio de 1918, Buenos Aires anotó su marca más baja, con -5,4 °C. Aquella vez fue un evento excepcional. Hoy, el SMN advierte que fenómenos similares podrían repetirse más seguido, exacerbados por un sistema climático global cada vez más inestable. Mientras tanto, en ciudades como Santa Rosa del Conlara (San Luis) y El Calafate (Santa Cruz), también se superaron los registros negativos, con térmicas que perforaron los -12,5 °C.
La respuesta institucional se organiza en varias capas. Desde el Ministerio de Salud se difunden recomendaciones básicas para afrontar el frío: ventilar ambientes, evitar cambios bruscos de temperatura, abrigarse en capas y minimizar la exposición al exterior. Sin embargo, el Estado llega tarde o directamente no llega, lo que deja a amplias franjas sociales en situación de vulnerabilidad extrema. Las primeras consecuencias se ven rápidamente: intoxicaciones por monóxido de carbono, duplicación de consultas por infecciones respiratorias y asistencia social desbordada en zonas marginales.
En esas condiciones, la temperatura deja de ser un dato y se convierte en síntoma. De un sistema que aún no encontró la manera de combinar previsión climática con planeamiento urbano. De una sociedad que improvisa calefacción donde no hay, mientras convive con cortes de gas, tarifas impagables y advertencias sanitarias que en algunos casos llegan demasiado tarde.
Mientras se espera que las temperaturas se mantengan del orden de los 10 a 15 °C como máximas durante toda la semana, las viviendas precarias en el conurbano y los barrios populares enfrentan el desafío de sobrevivir al clima con recursos mínimos. Allí donde el calor se improvisa con braceros y estufas viejas que son, muchas veces, tumba sin aviso.
El frío extremo, entonces, no solo congela paisajes: revela prioridades. Deja al descubierto cómo un fenómeno natural se transforma en una crisis social cuando las respuestas institucionales son insuficientes. Es ahí donde el termómetro también sirve como barómetro político, marcando no solo la temperatura exterior, sino la distancia entre el Estado y quienes más lo necesitan.