La imposición de un arancel del 10% a productos argentinos por parte de EE.UU. bajo Trump genera incertidumbre en el comercio agrícola internacional. Esta medida, que afecta a exportaciones clave, podría resultar en retaliaciones de otras potencias y evidencia la creciente tensión en la política comercial global, afectando la competitividad argentina.
El giro arancelario de Trump sacude los cimientos del comercio agrícola internacional
La decisión del gobierno estadounidense de imponer un arancel del 10% a las exportaciones argentinas hacia su mercado encendió las alarmas en los sectores productivos, diplomáticos y comerciales. La medida, ejecutada bajo la administración Trump, alcanza a una larga lista de productos clave como aluminio, carne, vinos, miel, aceites, limones, mosto de uva y derivados de la soja, y puede traducirse en una pérdida inmediata de competitividad para exportadores argentinos. En términos concretos, la relación comercial con uno de los principales referentes del mundo entra en terreno incierto.
El argumento oficial de la Casa Blanca se sostiene en una política proteccionista que, aunque dirigida a países aliados, como Argentina, Reino Unido o Brasil, no excluye a ninguno del impacto económico de estos ajustes arancelarios. En los hechos, este 10% funciona como una retención encubierta y complica el ingreso de productos argentinos a un mercado de por sí altamente competitivo por reglas sanitarias y fitosanitarias.
Pero lo más relevante no pasa solo por el gesto hacia Argentina. Detrás de este nuevo capítulo comercial emerge un juego geopolítico de mayor envergadura: Estados Unidos subió a 34% los aranceles a China y al 20% a la Unión Europea, resume el grado de confrontación comercial abierto en el que se encuentra sumido el mandatario estadounidense, cuyo foco político ya no es solo interno. La medida, lejos de ser una maniobra aislada, compone un tablero de presión estratégica destinada a disuadir a sus principales competidores industriales, pero con costo colateral para aliados menores.
El impacto se extiende más allá del comercio bilateral. Las bolsas agrícolas tomaron nota con rapidez: en Chicago, el precio de futuros de maíz y soja reaccionó con volatilidad. Mientras la posición julio subió levemente, lo que sugiere especulación ante potenciales quiebres de abastecimiento, las cotizaciones de la soja para mayo cayeron seis dólares por tonelada en apenas una sesión. Es el reflejo de un mercado que detecta represalias posibles de las potencias más afectadas, como Beijing o Bruselas, con posibles consecuencias en el equilibrio de la oferta agrícola global.
En este contexto, México y Canadá —por estar amparados en el marco del T-MEC— quedan, por ahora, fuera de las represalias directas. Pero el mensaje claro de Washington es que tampoco se salvan aquellos socios que, hasta hoy, mantenían relaciones comerciales estables y sin fricciones con EE.UU. De hecho, las ventas mexicanas de vehículos quedaron sujetas a un arancel del 25%, salvo aquellos productos incluidos específicamente en el tratado comercial. El caso del maíz refuerza esa interdependencia estratégica: México compra el 90% de su maíz amarillo a EE.UU., lo que le asegura por ahora un mantenimiento del flujo comercial agroalimentario.
A nivel local, la industria exportadora argentina acusa recibo del golpe. En Rosario, el principal puerto sojero del país, los compradores revisaron rápidamente sus precios a la baja, ajustando 28.000 pesos por tonelada por debajo de la jornada anterior. La reacción, más allá de la noticia del arancel, refleja los temores sobre la sostenibilidad futura de las ventas al exterior, frente a un clima global más proteccionista y reticular.
La medida también desata un interrogante político: ¿fue consultado el gobierno argentino?, ¿hubo esfuerzos diplomáticos para revertir o, al menos, contener el anuncio? Hasta el momento, el Poder Ejecutivo no emitió una respuesta formal. Esa ausencia plantea dudas sobre el nivel de interlocución que hoy mantiene Buenos Aires con Washington y sobre la capacidad real que tendrá la cancillería para negociar excepciones o alternativas en este nuevo mapa comercial global.
El horizonte inmediato está lejos de mostrar estabilidad. A la presión que ejerce Estados Unidos desde la primera potencia comercial, se le sumará —casi con seguridad— la réplica de los actores golpeados. Si China o la Unión Europea deciden incrementar sus propios aranceles hacia bienes agrícolas norteamericanos, el desplome de precios se replicaría en todas las cadenas productivas. Y ahí es donde emerge un ángulo de oportunidad para la Argentina: si alguna ventana se abre, podría ser para abastecer mercados que rompan relaciones con productores estadounidenses. Pero eso dependerá, entre otras variables, de la agilidad diplomática y comercial con la que se mueva el Gobierno en las próximas semanas.
En un contexto de reconfiguración acelerada del comercio internacional, las reglas parecen estar en juego nuevamente. Esta vez, sin diálogo previo y con consecuencias directas sobre todo aquello que Argentina tiene para ofrecer en materia de bienes primarios. La resistencia del sector agropecuario local será puesta a prueba, más por decisiones tomadas en el extranjero que por el propio plan económico.