Un vuelo de Lufthansa aterrizó de emergencia en San Pablo tras desvios por densa niebla que paralizó el AMBA. La tripulación activó un “mayday” por bajo combustible y cansancio. La situación evidenció deficiencias en la coordinación aeroportuaria y la falta de infraestructura adecuada ante fenómenos meteorológicos adversos.
Una niebla paralizó el cielo: vuelo de Lufthansa aterrizó de emergencia en San Pablo tras dos desvíos
Un Boeing 747-8 de la aerolínea alemana Lufthansa, que debía aterrizar en Buenos Aires tras partir desde Frankfurt, terminó tocando tierra de emergencia en San Pablo luego de desviar su curso dos veces por una densa niebla que paralizó por completo la operativa aérea en el AMBA. La aeronave activó una alerta “mayday” debido a la combinación letal de falta de combustible y agotamiento de su tripulación. El cielo de Ezeiza se convirtió en una trampa invisible para decenas de vuelos que quedaron a la deriva, sin visibilidad ni autorizaciones.
Aunque el vuelo LH-510 debía cubrir una ruta directa hacia la capital argentina, el martes por la mañana su travesía se complicó abruptamente. Hacia las 6:20, al aproximarse al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, la niebla era tan intensa que ninguna torre estaba habilitada para operar con normalidad. La aeronave circuló durante 20 minutos esperando autorización de aterrizaje, pero el silencio en las comunicaciones obligó a una primera maniobra evasiva: desviar hacia Asunción del Paraguay. Hasta ahí, el relato era extraordinario pero dentro de los márgenes. Luego, todo escaló.
Luego de más de dos horas en tierra paraguaya, el avión reinició su ruta hacia Buenos Aires. Sin embargo, al reencontrarse con el mismo manto de niebla que horas antes había cerrado el acceso, la historia se repitió: sin permisos, sin pistas libres, sin alternativa. Apenas 20 minutos de espera bastaron para que el cansancio de la tripulación, sumado al peligroso límite de combustible, forzaran una decisión definitiva. Se activó la alerta “mayday”, el rango más alto de emergencia en navegación aérea. El vuelo cambió su rumbo hacia el aeropuerto Guarulhos de San Pablo, considerado un gigante de las operaciones aéreas en Latinoamérica, para un aterrizaje urgente.
Una vez en pista, la torre de control brasileña consultó el motivo del protocolo de emergencia. La respuesta, seca y contundente: “cansancio de la tripulación y mínima reserva de combustible”. En la jerga aeronáutica, este comunicado es sinónimo de coordinación inmediata para evitar un desenlace catastrófico. Y lo cierto es que el margen que tenían era tan fino que una eventual demora adicional en Guarulhos pudo poner todo en jaque. El riesgo, aunque se manejó internamente con profesionalismo, fue real.
Este episodio no se trató de un caso aislado ni de un error operativo. La parálisis aérea del martes tuvo como protagonista absoluto a un fenómeno meteorológico que invadió el Área Metropolitana de Buenos Aires: niebla densa, leve pero persistente, capaz de anular visibilidad e inutilizar pistas. Ezeiza y Aeroparque, las dos principales terminales de pasajeros del país, quedaron fuera de servicio por horas. La cifra es contundente: al menos 39 vuelos fueron cancelados y 23 desviados sólo durante la mañana. Con el correr del día, Aerolíneas Argentinas sumó otras 20 suspensiones y medio centenar de operaciones impactadas.
El costo logístico para las aerolíneas y la molestia para los pasajeros fueron apenas el síntoma más visible de una descoordinación sistemática. Si bien el Servicio Meteorológico Nacional había emitido advertencias para el martes desde el día anterior, la cobertura y reacción institucional quedó lejos de estar a la altura. La alerta incluía no solo a Capital Federal y alrededores: Buenos Aires, sur de Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe y noreste de La Pampa estaban bajo la misma amenaza. La respuesta aeroportuaria fue, claramente, insuficiente.
Mientras las aerolíneas de bandera improvisaban acciones y comunicados para justificar la situación, otras compañías como JetSmart, Flybondi y Latam enfrentaban sus propias tormentas internas. Reprogramaciones sin precisión, derivaciones de pasajeros a ciudades alternativas, y vuelos internacionales cuya viabilidad económica quedó en duda. En un contexto de creciente presión inflacionaria y tensiones gremiales, estos eventos no hacen más que tensar una cuerda ya desgastada.
La carrera por modernizar el sistema de navegación aérea nacional parece alejarse cada vez más del plan rector que se prometió en gestiones pasadas. Así, con cada nuevo incidente meteorológico, queda expuesta la fragilidad de una infraestructura incapaz de responder de forma dinámica y segura. Los protocolos hablan de márgenes, procedimientos y estándares internacionales. Pero en suelo argentino, las decisiones muchas veces se toman mirando al cielo y cruzando los dedos.
Hoy fue Lufthansa. Mañana podría ser cualquier otra. La pregunta no es si volverá a suceder, sino cuándo.
