EL ORDEN MUNDIAL AGRIETADO. ¿VUELVE A REINAR EL PODER DURO PARA ORGANIZARLO? UNA PROSPECTIVA GEOPOLÍTICA
Por Roberto Candelaressi – 14 abril, 2025
Introducción
Con el regreso de D. Trump al poder en la Casa Blanca, se vuelven a tensar las relaciones transatlánticas, lo que puede derivar en un cisma occidental. Pese al destrato que recibe Europa por parte del hegemón, por ahora, el antiguo continente no parece tener capacidad de respuestas efectivas y se reacomoda en una posición de acostumbrado vasallaje. Ante la hostilidad americana ofrece subordinación (al menos temporalmente).
Europa, por la desconsideración estadounidense, se siente desprotegida ante el coloso ruso. Sin embargo, en su indisimulada participación en la guerra ucraniana —de cuya génesis también es parcialmente responsable, con acciones provocativas y temerarias, al menos de las potencias que lideran la región (Reino Unido y Francia)— está incrementando el riesgo de una detonación continental general.
La Unión Europea, frente a la intervención militar rusa en Ucrania, adoptó una intransigente política antirrusa, desconfiando de la palabra del Kremlin, que sin embargo fue siempre coherente y preanunció las acciones a tomar. Justamente lo contrario a la ya añeja actitud violatoria de palabra de Europa occidental (junto a EE.UU.), especialmente los nucleados en la OTAN, evidenciada en el incumplimiento de las promesas hechas a Moscú cuando se desarticulaba la URSS y el Pacto de Varsovia.
No hay datos objetivos para calificar a la Federación de Rusia como una amenaza. Sin embargo, Bruselas desconfía de Moscú y plantea un rearme a sus asociados, creándole fantasiosas necesidades estratégicas, como si la paz fuera imposible de sostener. Proponen salvar la “democracia ucraniana” (como si no fuera una autocracia de poderes con mandatos vencidos), prorrogados en el poder al amparo de la ley marcial que impide realizar elecciones, frente a la ‘agresión’ de un gobierno autoritario de Moscú.
Con Estados Unidos profundizando su declive como primera potencia mundial, principalmente China utiliza los caminos abiertos por la globalización, avanzando a paso firme, ocupando posiciones claves en el comercio mundial y en el control de recursos. El gobierno de Trump patea el tablero mundial, fijando altos aranceles para proteger su mercado, rompiendo con la globalización.
Perdido el liderazgo en tecnología, producción y vanguardia mercantil; cuestionada su supremacía militar por los rusos en el campo real de batalla; solo le resta al poder estadounidense el manejo de las finanzas globales y el menguado poder del dólar —con un altísimo endeudamiento del Tesoro (119% del PBI)— como moneda de reserva y pago. El cimbronazo es global. El aislacionismo estadounidense refuerza los regionalismos, la multipolaridad y el surgimiento de agrupamientos por intereses comunes como alternativa al viejo orden internacional.
La estrategia de Trump
La nueva administración de Washington, coincidiendo parcialmente con el Kremlin y otras potencias, busca políticas más conciliadoras frente a los conflictos (que habiliten las exigencias de los poderosos). Claro que con dos excepciones: los designios de Israel serán respetados, pero la voluntad del destino chino debe ser confrontada.
Trump parece desautorizar casi todas las decisiones que tomara su predecesor Joe Biden, mutando las prioridades conforme al lema “America First”. Su meta consiste en obtener concesiones y recursos de otros Estados, hacer “tratos” indiferentes a la ideología y alianzas. Su propósito es anteponer –en todos los asuntos exteriores– los intereses estadounidenses, lo cual ya afecta profundamente las relaciones de Washington con el mundo.
La mirada geopolítica de Trump no se asemeja al tablero de ajedrez donde amigos y enemigos se disputan regiones, como los demócratas, sino a un gran tablero de “monopoly”: varios rivales luchan por el control de recursos estratégicos, buscando establecer monopolios de oferta. De allí la inevitable colisión con China, otro gran jugador con muchos “tokens”.
EE.UU. actualmente es prácticamente autosuficiente en petróleo y gas, lo que le otorga una posición de fuerza para hacer prevalecer sus intereses en países consumidores, presionando a los productores. Por eso, la energía tiene un rol primordial en su política exterior.
La administración Trump no parece apegada a grandes principios estratégicos. Su visión del mundo es la de una jungla llena de peligros contingentes. Todo se resume en: lucha de poder con las grandes potencias (China y Rusia), y dominación grosera de los países periféricos. La diplomacia trumpiana parece encarnar la fórmula de Tucídides: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles soportan lo que deben”.
Mientras tanto, en la antigua Catay…
Con pragmatismo como guía, China busca asegurarse un abastecimiento ininterrumpido de recursos naturales. El gobierno de Xi Jinping cultiva relaciones con todo tipo de regímenes: democráticos, corruptos o autoritarios. Al igual que hicieron las potencias occidentales, China apoya la estabilidad de regímenes en países pobres con abundantes recursos, asegurando su “supervivencia” para garantizar la provisión de materias primas.
La estrategia de aislamiento impulsada por EE.UU. abre espacios que China intenta llenar, reforzando su Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda: financiamiento para infraestructura sin condiciones políticas. Esta estrategia ya suma a más de 150 países, aunque recibe críticas desde Occidente por no exigir condiciones democráticas.
Pese a su poder blando (soft power) —expresado en infraestructura, visitas diplomáticas e instituciones como los Institutos Confucio—, China también utiliza una “diplomacia del lobo guerrero” cuando enfrenta problemas fronterizos o territoriales con países más débiles. Como dijo Joseph Nye: “Mientras el poder duro es empujar, el poder suave es atraer”.
Europa: ¿geopolítica de la paz o de la guerra?
Europa, centro de poder que hace tiempo perdió su capacidad de control global mediante el poder blando, parece buscar recuperar relevancia con poder duro. Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, afirmó ante el Parlamento: “Es el momento de Europa”.
Motivados por el rearme de potencias como India o Irán, el ascenso de etnonacionalismos agresivos y, sobre todo, el conflicto ruso-ucraniano, los dirigentes europeos comenzaron a adoptar posturas provocadoras hacia Rusia, admitiendo nuevos países en la UE y la OTAN, además de apoyar militarmente a Ucrania.
Este comportamiento contradice el supuesto proyecto europeo de paz. Desde los años ’90, con la caída de la URSS, la injerencia occidental fue creciente en el espacio postsoviético, incluyendo golpes de estado y presiones sociopolíticas. Hoy, la UE impulsa un plan para el rearme centralizado europeo, proponiendo un nuevo “mercado único de la guerra”.
Trump adopta una postura distante hacia Europa, exigiéndole que construya su propia defensa y sin incluirla en negociaciones clave, lo que evidencia intereses divergentes. La reciente imposición de aranceles también sugiere que la UE debe buscar autonomía.
Dentro de Europa hay visiones estratégicas distintas: Reino Unido y Francia se inclinan por el belicismo; Alemania, Italia y España se acercan al pacifismo. La confrontación con Rusia fue presentada como un choque de civilizaciones, pero la propaganda de Bruselas ha fracasado entre los ciudadanos europeos. Tampoco Europa tiene el protagonismo necesario para influir en regiones estratégicas; ejemplo de esto es la expulsión de tropas francesas en países centroafricanos que buscan eliminar influencias coloniales.
A modo de conclusión
El mundo cambia aceleradamente. La diplomacia, arte de regular relaciones entre actores globales, es desafiada por el uso irrestricto del poder. Cuando los fuertes imponen sus intereses, se genera asimetría y tensión. El consenso se desvanece; el poder, como capacidad, nunca es eterno.
Un ejemplo de cambio fue el acuerdo entre Irán y Arabia Saudita, roto desde 2016 y restablecido con mediación china, reflejando la pérdida de protagonismo estadounidense en Medio Oriente.
Hoy, los conflictos no se escuchan solo en los campos de batalla, sino en los medios, foros internacionales y conversaciones diplomáticas. Pero cuando hay un cambio paradigmático —como la imposición unilateral de barreras arancelarias—, las consecuencias afectan la arquitectura internacional del comercio.
Las normativas globales determinan el futuro económico internacional. El poder hoy se traduce en quién define y aprueba esas normas. En este plano se dirime quién será el hegemón de la nueva era. Politólogos y analistas deberán estar atentos a esa transición.