Un operativo aéreo rescató a 37 niños y docentes atrapados en la Ruta 9 durante más de 20 horas por inundaciones. La falta de respuesta rápida de las autoridades destaca la fragilidad del sistema de emergencias en situaciones climáticas extremas. Urge mejorar la coordinación y preparación ante desastres.
Rescate en helicóptero: 37 niños y sus docentes atrapados casi un día en la Ruta 9
Después de más de veinte horas de incertidumbre, los 37 alumnos de entre 9 y 11 años y sus docentes que regresaban de Rosario fueron finalmente evacuados este sábado en un operativo aéreo tras quedar completamente varados en un tramo anegado de la Ruta 9. El colectivo, que intentaba regresar a Buenos Aires, quedó atrapado entre las rutas 193 y 41, sin posibilidad de moverse por el agua que cubría toda la calzada. La situación escaló durante la jornada hasta requerir la intervención de un helicóptero de fuerzas de seguridad para lograr la extracción.
Lejos de ser un incidente aislado, el hecho demuestra no solo la fragilidad de la infraestructura vial en contextos de lluvias extremas, sino también la alarmante lentitud de reacción de los sistemas de emergencia. A pesar de que, según relató una de las docentes al frente del contingente, realizaron numerosos llamados a Defensa Civil, Gendarmería, Bomberos, 911 e incluso al 140, ninguna fuerza logró responder a tiempo. “Todos nos daban la respuesta de que lo lamentaban mucho, pero no podían llegar a nosotros”, narró en medio de un evidente malestar. En el fondo, el cuadro revela una descoordinación preocupante entre los distintos organismos públicos, incapaces de ofrecer una salida efectiva.
El tipo de rescate que finalmente se implementó —uno aéreo con helicóptero— lleva a preguntarse por qué no se puso en marcha mucho antes, cuando la situación ya llevaba horas de estancamiento. Hasta se llegó a considerar cruzar a los chicos en bote, pero las condiciones de la corriente tornaban esa opción demasiado riesgosa. Una isla de agua, como la describieron, los aislaba completamente. “Escuchando y viendo la corriente del agua, no me animo a bajarlos del micro”, explicó con sensatez la responsable del grupo.
Detrás del despliegue de helicópteros, queda expuesta una pregunta de fondo: ¿cuán preparados están los gobiernos —provincial y nacional— para actuar con eficiencia frente a desastres climáticos crecientes? No es solo un asunto de logística, sino también de estrategia: se había advertido sobre lluvias intensas tanto para esa región como para otras zonas de Buenos Aires, pero las alertas no se tradujeron en mecanismos preventivos o de asistencia inmediata. La demora en brindar respuestas también revela un problema estructural: los organismos no trabajan en red o lo hacen con una lentitud incompatible con la naturaleza del riesgo.
El operativo de rescate no termina en sí mismo. Una vez extraídos del micro, los niños y adultos fueron llevados a un club en la zona de Campana, donde se encontraba centralizada la recepción de evacuados. Allí también fueron alojados vecinos afectados por las inundaciones generalizadas que vienen castigando a buena parte del norte bonaerense. En ese contexto, la historia de este colectivo escolar dejó de ser excepcional: fue uno más entre decenas de casos en una provincia atravesada por el agua y por la improvisación de las autoridades.
La gestión de la emergencia, a todas luces, concluyó tarde, con los protagonistas expuestos a un riesgo innecesario durante muchas más horas de las que cualquier protocolo habría permitido. La política de prevención y respuesta falló y ni siquiera la magnitud del hecho —casi 40 menores aislados en un puente durante un día entero— logró activar un reflejo institucional inmediato. Hasta tanto no exista una reconfiguración seria de las políticas de Defensa Civil y administración de emergencias meteorológicas, casos como este continuarán ocurriendo bajo la lógica de la improvisación.
Este incidente podría constituir un punto de inflexión si la dirigencia política decide actuar de manera proactiva. Mientras tanto, lo único que permite cierta tranquilidad es que, esta vez, nadie salió herido. Pero queda claro que el costo emocional fue elevado: niños cansados, adultos al límite y familiares esperando con zozobra durante casi un día entero novedades de los suyos. En un país que enfrenta tormentas climáticas, económicas y políticas por igual, sigue fallando lo más básico: la capacidad del Estado de brindar auxilio cuando más se lo necesita.
La desidia institucional y el vacío del “día después”
Ya resueltos los rescates, comienza el tiempo del silencio. No hubo hasta el momento declaraciones oficiales contundentes que reconozcan la lentitud de reacción o prometan mejoras. La normalización de los errores institucionales se vuelve parte del paisaje. Mientras las fuerzas de seguridad exponen sus helicópteros en redes sociales y algunos funcionarios posan en zonas inundadas, los episodios como el de Ruta 9 trazan una frontera entre relato y realidad. Esa frontera, cuando involucra niños en peligro, debería ser, al menos, un límite.