Un joven de 19 años, Williams Jonathan Quispe Quenta, murió tras ser drogado y asaltado por un grupo de “viudas negras” en Buenos Aires. La víctima, luego de compartir bebidas en un boliche, fue encontrada sin vida en su departamento, evidenciando un modus operandi criminal que opera en la invisibilidad.
Murió un joven de 19 años tras ser drogado y asaltado por un grupo de viudas negras que sigue prófugo
La muerte de un joven de 19 años a manos de un grupo de “viudas negras” volvió a poner en el centro del debate el poder de las redes criminales de baja exposición mediática y su vínculo con las zonas grises del delito urbano. La víctima fue encontrada sin vida en su departamento, tras haber compartido bebidas con tres mujeres, a quienes conoció esa misma noche en un boliche del barrio porteño de Liniers. El caso, que conjuga seducción, drogas y robo, evidencia la persistencia de un modus operandi conocido, pero no siempre visibilizado.
Según relataron testigos cercanos al fallecido, las mujeres actuaron con eficiencia quirúrgica. Aproximadamente a las seis de la mañana, luego del cierre del boliche Equinoxio, los jóvenes y las tres mujeres se dirigieron al domicilio del chico, identificado como Williams Jonathan Quispe Quenta. Una vez allí, compartieron bebidas. En menos de una hora, todos los varones habían perdido el conocimiento. A la mañana siguiente, Williams estaba sin signos vitales, recostado sobre la cama, con signos de haber vomitado, mientras que sus amigos, desorientados, descubrieron que sus pertenencias habían desaparecido.
Las mujeres, entre 20 y 30 años según las descripciones, también sustrajeron dinero, electrodomésticos, celulares y todo artículo que pudiera representar valor de reventa en el mercado negro. Para los investigadores, el accionar encuadra dentro de una estructura de criminalidad predatoria que se vale de la confianza entre desconocidos construida en contextos festivos o de vulnerabilidad emocional.
Aunque el cuerpo de la víctima no presentaba signos de violencia física visibles, investigadores barajan la hipótesis de una ingesta forzada de alguna sustancia que haya producido un colapso cardíaco. Una definición precisa se espera tras la autopsia ordenada por la fiscal a cargo del caso. Desde la familia plantearon la sospecha: “Ya venían algo tomados, pero dijeron que podían acompañarlos. Al final, fueron dormidos como niños. Y se levantaron en una casa vacía”, contó uno de los allegados.
El escenario judicial es complejo. Las sospechosas están prófugas y, por ahora, no hay imputaciones formales ni pistas firmes sobre su paradero. Si bien el modelo delictivo responde a patrones reiterados en el conurbano y la Capital, la desarticulación de estas células criminales es esquiva: operan al margen de todo entramado formal, sin registros, sin continuidad. “Son fantasmas. No tienen antecedentes, no dejan rastro. No son parte de una mafia, pero se comportan como una”, apuntó un comisario de zona oeste que ha seguido casos similares.
Este tipo de crimen también expone zonas blandas del esquema policial y judicial. Frente a fenómenos de baja escala pero alta peligrosidad, el Estado reacciona con estructuras pensadas para otro tipo de delito. Las “viudas negras” se aprovechan del tiempo, del caos posterior a la intoxicación y de una lógica institucional que no protege eficazmente a los jóvenes en estado de vulnerabilidad crítica. El patrón se repite: contacto nocturno, coqueteo, traslado al hogar, bebidas adulteradas, despojo y huida. Pero raramente se visibiliza como una serie conectada.
Este episodio revive una pregunta incómoda: ¿cuánta protección real tiene una generación que socializa a través de la exposición en redes y se encuentra con extraños en complejos escenarios urbanos? La muerte de Williams no fue solo un accidente o un hecho de inseguridad espontánea. Fue el efecto final del accionar de una red que sabe cómo operar en la invisibilidad. Que perfecciona su mecánica en la repetición y que replica un guion que, aunque antiguo, sigue tan aceitado como impune.
Desde el Ministerio de Seguridad no hubo comunicado oficial hasta el momento. Mientras tanto, la causa avanza entre relatos familiares, el avance de la cámara forense, y la reconstrucción de movimientos a través de cámaras de seguridad. Cada hora que pasa sin identificar a las responsables reafirma una verdad tácita: quien se esconde mejor, delinque con mayor libertad.
La investigación continúa, pero el interrogante permanece: ¿hasta cuándo vamos a seguir discutiendo estos crímenes como episodios individuales y no como síntomas de una escena más amplia, donde confluyen impunidad, marginalidad y seducción como herramientas del delito?